martes, 4 de septiembre de 2012

CHERIFF


Hay tíos que tienen criterio... y Jordi es uno de ellos. Es de aquellas personas que defienden su punto de vista de forma vehemente, apasionada,  ¡hasta sus últimas consecuencias! A veces demasiado, todo hay que decirlo. Pero, qué queréis que os diga, sus ocasionales excesos verbales  son d'allò més entranyables. Y se los perdonamos. Primero, y más importante, por que lo queremos un montón. Segundo, porque te ríes muchísimo al rememorar episodios como el de aquel día en el que se me ocurrió decirle que comer en el Bulli tenía que molar. Y tercero, como ya dije al principio, porque tiene criterio. Tiene mucho criterio. Por eso, cuando le pedimos consejo para comer aquí  o cenar allá, mi señora y yo siempre seguimos a pies juntillas sus sabias recomendaciones. Y un dato a tener en cuenta: Jordi es un bon vivant, le gusta comer bien, lo que hace que sus consejos adquieran para nosotros, los Pijos, categoría de dogma de fe.

¿Jordi, tú sabes de algún sitio donde...?

Creo que puedo decir, sin miedo a equivocarme, que yo conquisté a mi señora por el estómago. O por lo menos en parte. Imposible olvidar el par de pseudo-tugurios a los que la llevé al principio de mis acometidas románticas: cualquiera otra chica hubiera huido al entrar en aquellos antros -míticos para mi entonces, míticos para los dos ahora- de estética más próxima a las pelis de Torrente que a las tabernas que frecuentaba Jean Cocteau en sus años por el Chino, pero donde el comer se transformaba, como decía uno de los hijos de Julio Iglesias, en una experiencia religiosa.

Yo tenía mis fuentes (estos dos lugares eran recomendaciones de mi gran amigo Uri), pero mi señora... también. Por eso, cuando ya durante nuestro primer año de relación ella quiso  reconquistarme por la vía romántico-culinaria (ya sabéis: hay que regar toooodos los meses la plantita del amor para que esta no se marchite), le pegó un telefonazo a Jordi y este le dio un nombre: Cheriff.


Todos los caminos llevan a la Barceloneta

Siempre he vivido en Barcelona. Sant Antoni, Gràcia, Poblenou... barrios todos ellos encantadores, pero si hay alguno en el que siempre me hubiera gustado vivir y hasta el momento no he tenido la oportunidad, ese es el de la Barceloneta. Seguro que más de uno me diréis que es demasiado ruidoso, que hay mucha inmigración, que ya no es lo que era... puede que tengáis razón, pero el panorama que me encontraría, mejor o peor, seguro que no distaría mucho del de cualquier otro barrio de  la ciudad. Me imagino que antiguamente las diferencias entre los distintos barrios de Barcelona serían bastante notables, pero hoy en día... Cosas de la globalización, supongo.

Después de las infernales temperaturas de las últimas semanas, aproveché la suave sobremesa del pasado viernes para ir dando un paseo hasta el propio Cheriff, sito en la calle Ginebra, en plena Barceloneta, y hacer la foto de rigor a su fachada (podría haberla hecho el día de autos, pero teniendo en cuenta que mi cámara no es nada del otro jueves y que, dato a tener en cuenta, era de noche, lo más probable es que me hubiera salido un churro de foto). Aunque me lo sepa de memoria, este es un trayecto que cada vez que lo hago lo disfruto como si fuera la primera vez: pasear lentamente por las callejuelas  de la Barceloneta mientras fijas tus ojos en esos tendederos que asoman prácticamente de todos los balcones (una imagen que me fascina y que me transporta muchos años atrás en el tiempo) no tiene precio. Y si lo rematas con una cervecita en la terraza de algún bar o restaurante, dejándote embriagar al mismo tiempo por el aroma a paella, a marisco, ¡a lo que sea! que sale de su cocina... eso ya no tiene nombre.

“Los percebes ya no son lo que eran”

El Cheriff es de esos sitios que es de lujo... pero que no es de lujo. Me explico: una vez entras, te encuentras, a la izquierda, con la típica pecera de las marisquerías, repleta de hermosas langostas, y a la derecha una inmensa nevera con expositor, donde toda suerte de moluscos, cefalópodos y otras suculentas especies marinas están pidiendo a gritos salir de ahí y darlo todo en el plato del comensal. Si sigues caminando, te encuentras un pequeño bureau, que es desde donde el señor Cheriff -el dueño, vaya, un señor con bigote muy simpático (el señor, no el bigote) se encarga de dirigir todo el cotarro y hacer la cuenta de su puño y letra (ver foto). A la izquierda está la entrada al comedor, una habitación de decoración un tanto rancia, a base de maderas oscuras y motivos marineros, con una serie de falsos ojos de buey distribuidos por todo el perímetro. Con todo, su estética desfasada no molesta (no es opresiva, vamos). Un defecto, por decir algo, sería que es algo pequeño. Bueno, no tanto, lo que pasa es que aprovechan al máximo el espacio disponible y lo llenan de mesas, al más puro estilo parisino, con varias pequeñas y un par de forma redonda para grupos de seis u ocho personas. Pero no hay mal que por bien no venga, pues gracias precisamente a esa proximidad pudimos oír en una ocasión (hace un par de veranos, si no recuerdo mal) a dos señores, uno de unos cuarenta-y-muchos y el otro de unos setenta-y-pocos, con ropa ambos de sport (¡Diosssss, cómo odio esa palabra!) y pinta de dentistas de la zona alta de Barcelona (mi señora opina que eran hombres de negocios), comentando sus vacaciones en Cabo Verde mientras degustaban unos percebes. Tras una interesantísima referencia al siempre fascinante mundo de las embarcaciones de recreo, uno de ellos finiquitó la conversación con una de esas frases que, una vez oídas (y más en el contexto en el que se produjo), se quedan grabadas para siempre en tu subconsciente y echas mano de ellas cada vez que quieres darle una pequeña pincelada irónica a tus frases: los percebes ya no son lo que eran. No sabéis la de veces que nos hemos reído de (y con) esa sentencia, desde entonces en mi top-five de mejores frases pilladas al vuelo.

Ahora tampoco os penséis que toda su clientela es así (pija, quiero decir), pues en el Cheriff yo he visto de todo, desde mindundis como nosotros a familias de tota la vida, turistas, empresarios y demás amantes del buen comer. Y hablando de comer, ¿qué se come en el Cheriff? Pues si está en la Barceloneta, la cosa está clara, ¿no? La señora Nini (que es como llaman cariñosamente a la cocinera y propietaria) cocina unos arroces sencillamente indescriptibles (¿la mejor paella de la Barceloneta? La respuesta es ¡SÍ!), por no hablar del cariño con el que cocina los fresquísimos pescados y mariscos que adquieren a diario en la lonja de la Barceloneta (¿de dónde si no?). En nuestra última visita, tuvimos a bien pedir unos mejillones al vapor (pequeñitos y sabrosos), unos salmonetes (mi señora llora cada vez que piensa en esas pequeñas maravillas rosadas) y un delicioso arròs negre, bañado todo ello con... atención... redoble de tambores... ¡Champagne! ¡Sí! ¡Los Pijos han bebido algo que no era cerveza! Es que la ocasión (era mi cumpleaños) lo merecía, si bien he de deciros que la botella de Laurent Perrier brut era mediana, más que nada porque una entera no nos la acabamos. ¡Qué bien cenamos ese día, joder! Como siempre que vamos al Cheriff, vamos.


Yo aquí sí vuelvo

Esa misma noche, el camarero de las gafas (no sé cómo se llama, la próxima vez se lo preguntaré) nos llevó hasta nuestra mesa y nos comentó que hacía como un año y medio que no veníamos. Coño, vaya memoria, le dije. Realmente no hacía tanto (unos nueve meses como mucho) pero la cuestión es que nos recordaba de anteriores visitas, lo cual es un detalle que los Pijos siempre valoramos. El servicio del Cheriff, tanto por este chaval (un tío muy cachondo que incluso compartió con nosotros unos chupitos, a los que, por cierto, invitó él) como por las otras dos chicas y el propio señor Cheriff, está más que a la altura, razón que suma a la hora de dejar una generosa propina. Se lo merecen. De verdad.

Y el precio: 97,50 euros en esta ocasión. No es para nada caro, teniendo en cuenta que el pescado y el marisco frescos se pagan y que ya la media botella de champagne supone más de la tercera parte de la factura. Y si no, haced la prueba: reservad (imprescindible, casi siempre está lleno), pediros una paella con una ensalada y un par de cervezas y ya veréis que la cuenta apenas pasará de los 3o ecus por cabeza. Si es así, no hace falta que nos deis las gracias. Y si pasa un poco, los Pijos nos haremos cargo de la diferencia. Bueno, eso ¡ya lo hablaremos!

Cheriff
c/ Ginebra 15
Barcelona
933.196.984