faltan para que llegue una de tus escenas favoritas. A mí, esto
me pasa con mogollón de pelis, sobre todo con las míticas cintas de
gags del trío Zucker-Abrahams-Zucker
(a ver: ¿quién de vosotros no se traga entera Agárralo
como puedas cada vez que la dan
por la tele?). Desde hace unos años me pasa con una de las mejores
películas del gran Ben
Stiller,
la divertidísima Meet
the parents,
más conocida por estos lares como Los
padres de ella.
Como doy por supuesto que la habéis visto en unas cuantas ocasiones,
no voy a comentar aquí todas sus escenas y/o gags memorables (que
tiene unos cuantos) porque nos podrían dar las tantas. Voy a fijar
mi mirada pija en tan solo una de ellas, pues me va de perlas para
contextualizar un poco el restaurante de hoy.
¡Estás en en
círculo!
Mirad este vídeo, por favor:
En
él, Robert de Niro
recuerda
constantemente a Gaylord Focker (Follen, en castellano), el personaje
que encarna Ben
Stiller,
lo importante que es para su familia en general y para él en
particular establecer un relación basada en la confianza mutua y en
la sinceridad (por lo menos de su futuro yerno hacia él), formar
parte, en definitiva, de lo que el gran patriarca califica como el
círculo de
confianza.
La de veces que me he descojonado cada vez que el suegro le dice al
amigo Focker/Follen (con la voz en español de Ricardo
Solans)
¡Sí, estás
dentro del círculo, bienvenido!
o Estás fuera del
círculo, Follen... Pues
bien, cada vez que mi señora y yo vamos a comer, a cenar o a pillar
unas pizzas a La
Bella Napoli,
el concepto círculo
de confianza
aparece ipso facto. Os explico el motivo: la primera vez que vine
comí tan bien (pero bien de verdad) que le pregunté a mi señora
¿¿Por qué has
tardado tanto en traerme a este sitio?? (ella
ya lo conocía). Y me respondió
porque tenías que ganártelo, abuelo. ¡Aquí no traigo a
cualquiera! Así
es: tenía que entrar en el círculo de confianza. En su
círculo
de confianza.
Cryiiiiing, over youuuu!!!
Aquel
día (un domingo, si la memoria no me falla) lo primero que me llamó
la atención fue que
estaba lleno... de italianos. Parafraseando a mi
buen amigo Isaac
(si tienes dudas a la hora de comer fuera de casa, no te compliques
la vida: métete en el primer bar que esté lleno de currelas, allí
se come bien seguro), si un restaurante de una determinada
nacionalidad está lleno de clientes autóctonos, no dudes ni un
segundo que ese
es el
lugar. Lo segundo fue el volumen en-sor-de-ce-dor que reinaba en todo
el restaurante. Teniendo en cuenta que vivimos en un país bastante
gritón, no debería extrañarme, pero es que ese volumen era
demencial. Si vas un día de cada día a comer, el nivel de
decibelios baja bastante, pero si acudes por la noche o un finde
y
no quieres dejarte las amígdalas diciéndole a tu pareja qué
bueno está todo,
mejor que vayas currándote un sistema alternativo de comunicación
(tarjetitas, humo, subtítulos...¡hay muchas opciones!). Pero
tampoco hay que darle más importancia de la que tiene, pues la
comida logra que te aísles de la orgía decibélica. Aquel día, el
de mi bautismo
napolitano,
casi acabo como Roy
Orbison,
llorando a moco tendido. Pero de felicidad, claro, nada de corazones
rotos.
estaba lleno... de italianos. Parafraseando a mi
buen amigo Isaac
(si tienes dudas a la hora de comer fuera de casa, no te compliques
la vida: métete en el primer bar que esté lleno de currelas, allí
se come bien seguro), si un restaurante de una determinada
nacionalidad está lleno de clientes autóctonos, no dudes ni un
segundo que ese
es el
lugar. Lo segundo fue el volumen en-sor-de-ce-dor que reinaba en todo
el restaurante. Teniendo en cuenta que vivimos en un país bastante
gritón, no debería extrañarme, pero es que ese volumen era
demencial. Si vas un día de cada día a comer, el nivel de
decibelios baja bastante, pero si acudes por la noche o un finde
y
no quieres dejarte las amígdalas diciéndole a tu pareja qué
bueno está todo,
mejor que vayas currándote un sistema alternativo de comunicación
(tarjetitas, humo, subtítulos...¡hay muchas opciones!). Pero
tampoco hay que darle más importancia de la que tiene, pues la
comida logra que te aísles de la orgía decibélica. Aquel día, el
de mi bautismo
napolitano,
casi acabo como Roy
Orbison,
llorando a moco tendido. Pero de felicidad, claro, nada de corazones
rotos.
Como en casa
está en el sótano) y el horno de leña donde
cocinan las pizzas, un peazo
horno
con forma (y aspecto) de cabeza humana, prácticamente idéntica a
las que salen en el interior del volcán de Vuelo
714 para Sidney,
uno de mis álbumes favoritos de Tintin.
Aunque ha ido cambiando con los años, la iconografía napolitana se
mantiene imperecedera en
sus paredes. Fotos de las calles de Nápoles, retratos de Totó,
del gran Renato
Carosone...
Mi favorito siempre fue -creo que ya lo quitaron- un collage muy
bonito hecho con multitud de fotos (¿o eran dibujos?) de Maradona,
lo más
parecido a un Dios terrenal para los napolitanos. Ni rastro
(¡afortunadamente!) de la famosa camorra
(aunque
hace ya bastantes años leí en El Periódico que en su puerta se
había producido... ¡un tiroteo! No recuerdo muy bien los detalles,
pero por lo visto el pistolero había seguido a su objetivo hasta
allí para darle matarile... o algo así). En el vestíbulo y en una
de las paredes del salón de la izquierda, por el contrario, hay un
buen número de fotos enmarcadas, prácticamente todas del personal
del restaurante posando junto a famosos de todo pelaje (nosotros nos
encontramos hace años al actor Timothy
Hutton,
el protagonista de una de las películas favoritas del Pijo mayor,
Beautiful girls).
Y luego están los
Estaba todo muy
bueno, de verdad
sois fans, como nosotros, de la saga de El
Padrino,
os acordaréis de que al final de la tercera parte, Connie
le trae una caja de cannoli
(unos
canutillos rellenos de crema, muy-muy dulces) al cabrón de Don Altobello (inolvidable
Eli Wallach).
El muy zorro, sospechando que están envenenados (lo cual es cierto)
se los da a probar a Connie
y
esta, muy lista, le pega un mordisquito a uno de los extremos del
cannolo, esquivando el medio kilo de veneno que le ha metido al
viejo. Pues bien, el día que lo pedí (no me gustó mucho, por
cierto, demasiado dulce para mi gusto) imité todo lo bien que pude a
Connie ¡y
mordisqueé la puntita! Mi señora se rió mucho, claro. Si hay una
próxima vez, intentaré imitar el momento en el que la espicha el
Altobello en
el palco de la ópera (oh, ¿os acabo de spoilear?
¡Jajaja!)
¡Cosiiii
Cosaaaaa...!
Y
después de salir y cruzar el Paralelo, camino de casa, venía lo
peor: la leeeeeeenta digestión. Siempre que como en un italiano mi
cuerpo me pide sofá y relajación absoluta. Al contrario que los
italianos que viajan con los Hermanos
Marx
rumbo a Nueva York en Una
noche en la ópera,
después del banquetazo no me quedan fuerzas para cantar canciones
napolitanas a pleno pulmón, pero sí para enchufarme la peli una vez
más mientras (intento) digerir la penúltima visita a La
Bella Napoli.
Porque con este restaurante nunca hay una última vez. ¡Solo
penúltimas!
La Bella Napoli
c/ Margarit 14
Barcelona
Tel. 934.425.056

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