Walk on by
El celler de Can Xiringo
La mar salada
El Xiringo
Sant Carles 23
Barcelona
Tel. 932.247.545
elxiringo.wordpress.com
El único blog dedicado a la gastronomía escrito por alguien que no tiene ni idea de gastronomía.
Los Pijos somos animales de costumbres. Gente tradicional. La audiencia pija más veterana recordará seguramente que cada Sant Jordi nos dejábamos caer por nuestro querido y entrañable Chicoa . Pero llegó un año (el 2013) en el que, vaya usted a saber porqué, decidimos cambiar. Ya digo, no hubo un motivo concreto. O, espera, quizás sí... Es muy posible que quisiéramos un lugar un poco más abierto, con luz natural. La diada de Sant Jordi es uno de nuestros días preferidos del año y si la climatología es benigna, suele ser una jornada espléndida, majestuosa, pura alegría de vivir, que decía Ray Heredia. Recuerdo que cuando sopesamos los candidatos a sustituir a Chicoa estuvimos de acuerdo en que fuera un local con terraza y a ser posible, céntrico. Y reservamos mesa en un pequeño restaurante de la calle Enric Granados, cercano a la plaza Letamendi, un lugar donde habíamos comido muy bien hacía un tiempo y que, vaya, estábamos seguros de que sería un digno sucesor de la institución de la calle Aribau. Pues no fue así. El día acompañó, sí, pero el resto,
nada. Todo lo que podía salir mal, salió peor. Pese a que habíamos reservado con mucha antelación, nos dieron una mesa en un rincón de la terraza, sin apenas un rayo de sol. La carta no estuvo a la altura (ni recuerdo qué comimos: mala señal). Y, además, estábamos muy preocupados por un tema familiar que... bueno, que lo que tenía que ser uno de los días más felices del año fue un chasco-Carrasco. Una diada para olvidar. Unos días después, dándole vueltas al tema, le propuse a mi señora hacer borrón y cuenta nueva. El Sant Jordi del 2014 debía ser perfecto, tenía que ser perfecto. Y una noche, viendo la edición española de Master Chef, le dije a mi señora... Oye, Pija... ¿Y si el próximo Sant Jordi vamos... al Àbac?
él, fue -cómo no- en una reseña de Pau Arenós en El Periódico. El chef Xavier Pellicer abandonaba sus fogones para sustituir al entonces recientemente fallecido Santi Santamaria en Can Fabes, en Sant Celoni, y lo dejaba en manos de un jovencísimo chef que ya tenía un restaurante con una estrella Michelin -el Àngle, en Sant Fruitós de Bages-, un tal Jordi Cruz. Si la memoria no me falla, en la foto que acompañaba el artículo posaba todo el equipo del Àbac, con Jordi Cruz en primer plano, en el jardín del establecimiento. Me sorprendió la cara de niño que tenía este payo. A tenor de lo que decía el señor Arenós en su crónica, las dos estrellas Michelin del Àbac no corrían ningún peligro (recordad que las estrellas las otorgan al restaurante, no al cocinero de turno), pues el menú-degustación que había probado era de un nivel altísimo. Como el
precio, claro. Costaba del orden de 130 ñapos, euro arriba, euro abajo. Recorté las páginas y las introduje en la sección Caros de mi carpeta roja, sección que podría llamarse perfectamente Los restaurantes que , casi seguro, no vas a poder catar en tu puta vida. Pero preferí dejarla en Caros. Más corto y menos hiriente. Pero mira tú que algunos sueños pueden hacerse realidad. Y este, bien pensado, tampoco era inabarcable. Si una vez al año podíamos celebrar por todo lo alto nuestro aniversario en El Celler de Can Roca, ¿por qué no hacer lo propio para Sant Jordi con el Àbac? Tan solo era cuestión de ir ahorrando poco a poco y, además, teníamos un año entero por delante para reunir el pastón que nos iba a costar. Mi señora, de vuelta al momento que os comentaba más arriba, me dijo que sí, que porqué no. En ese instante me acordé de las palabras del amigo de Tom Cruise en Risky Business: En la vida, hay momentos en los que hay que saber decir... ¿¡pero qué coño!?
en cuestión. Si nos gusta, volvemos con la cámara para hacer las fotos de rigor y, de mantener el nivel respecto a la primera visita, publicamos la entrada en el blog. Y con el Àbac no íbamos a hacer ninguna excepción. No hace falta ser muy perspicaz para saber, leyendo estas líneas, que la cosa salió bien. Bueno, salió más que bien. Salió genial. Entramos hacia las 14.00 y salimos de allí casi levitando a eso de las 18.00 (los que vieron la foto que colgué en mi muro de Facebook posando con mi señora y con el propio Jordi Cruz saben a lo que me refiero). Mientras bajábamos por la calle Balmes, no parábamos de repetirnos lo genial que había sido la
experiencia. Y emplazándonos, por supuesto, a volver al año siguiente -este- ya armados con toda la artillería pija. Hicimos la nueva reserva a finales de noviembre del 2014. Y no tanto porque tarden meses en darte mesa -que también- sino porque en unas pocas semanas -principios del mes de diciembre- la guía Michelin celebraría su gana anual para España y Portugal. ¿Y eso qué significa? Pues que si le llegan a otorgar la tercera estrella (recordad: tiene dos) reservar una mesa hubiera sido prácticamente imposible. El esnobismo es así, amiguitos: la de gente que conocemos (y/o que hemos visto) que solo va a comer a estos sitios porque hay que comer en estos sitios. En fin... aunque se la merece sin duda alguna (más adelante lo comento), me alegré de que no se la hubieran dado. Uff...
los ferrocatas, echas un mirada de 360º y te dices a ti mismo... ¿dónde coño está el Àbac? Uno se espera que un súper-hotel de
cinco estrellas llame la atención, que destaque entre los edificios de
la zona, por muy pudiente que esta sea (y Sant Gervasi, lo es), que, en
definitiva, sea imposible no verlo. Pues no señor. No se ve. Este
restaurante, situado en el
número 1 de la exclusivísima avenida del
Tibidabo (repleta de consulados, aseguradoras y palacetes, chozas todas
ellas de las que quitan el hipo) está camuflado. Una vez cruzas el
semáforo y te plantas en la esquina de la avenida con el paseo de Sant
Gervasi, ves el rótulo y ya te tranquilizas. ¿He dicho te tranquilizas?
Me he equivocado. A continuación viene la segunda prueba: ¿por dónde se
entra? Parece un homenaje a escala real del fuerte de los Playmobil, una
fortificación hecha a base de maderas nobles que no deja entrever
absolutamente NADA de lo que hay dentro. Desde fuera, lo único que
puedes otear es vegetación, solo eso. En nuestra primera visita,
estuvimos como tres minutos buscando la puerta. Encontramos finalmente
dos, las dos con un interfono (¿cómorl?). Yo decía de picar al timbre de
la de abajo y mi señora al de arriba. ¿Quién acertó? Mmm... ¿hace falta
decirlo?
Tras abrirnos la puerta, pasamos adentro y nos sentimos como Locke y Jack, de la serie Lost, entrando por primera vez en el búnker donde Desmond introducía una y otra vez el código de seis números. De frente hay unos huertecitos muy cuquis (por utilizar argot Masterchef) y la entrada a las habitaciones. Para llegar al restaurante has de bajar las escaleras que hay a mano izquierda, atravesar el jardín y, una vez abajo, girar a mano derecha. Recorres un pasillo bastante ancho -siempre, lo olvidaba, rodeados de plantas y árboles- y ¡por fin! vas a dar con la puerta del restaurante. Nadie dijo que sería fácil.
tienen sentido del humor, y eso, qué queréis que os diga, se agradece, y más en un sitio como este. Mi señora y yo lo hemos comentado muchas veces -no solo refiriéndonos al Àbac, sino a muchos otros: deben estar tan hasta los cojones de aguantar a estirados, famosetes, millonarios, pijos en minúsculas (nosotros vamos en mayúsculas) y demás personajes rancios, que cuando se encuentran a gente como nosotros, educados pero lúmpen al fin y al cabo, deben pensar... joder, por fin dos payos normales. A ver, a lo mejor se me está yendo la olla, pero creemos que no debemos andar muy desencaminados.
Tal como os dije un poco más arriba, en nuestra incursión de reconocimiento del año pasado pasamos del menú-degustación y tiramos de carta. Ahora que lo pienso, si hablamos con propiedad, carta, lo que se dice una carta de las de toda la vida, tampoco tienen. Más bien te dan la posibilidad -pensando en sus huéspedes y en aquellos clientes externos que solo deseen comer un primero, un segundo y un postre- de escoger entre algunos de los platos de los dos menús-degustación que tienen. Valen un cojón -de eso también hablaremos más adelante- pero son platos bastante contundentes. Para que os hagáis una idea, el año pasado nuestro camarero nos recomendó (ya que era nuestra primera visita) pedir medias raciones de tres platos, para así probar un poco de todo y luego un plato principal para cada uno. Y así lo hicimos. Mare de Déu... Yo pensaba que íbamos a reventar. Aquellas medias raciones habrían sido, sin ningún problema,
platos enteros en un restaurante cualesquiera. A todo eso hay que añadir los aperitivos -que ya van incluidos en el precio- y el pre-postre. Este año íbamos a repetir la jugada, pero, al contrario que el año pasado, la oferta de carta era bastante más reducida, por lo que volví a soltarle a mi señora la frase de Risky Business: pero qué coño. ¿No hemos venido aquí a celebrar uno de nuestros días favoritos del año? ¡Quememos las naves y vamos a por ese menú-degustación, con dos cojones! Así pues, lo que viene a continuación es una descripción 100% pija (es decir, todo corazón y
nada -o prácticamente nada- de comentarios gastronómicos fundados) del menú-degustación de abril del 2015 (cuando escribo esto observo en su web que ya han cambiado algunos platos debido al cambio de estación, en el Àbac solo trabajan con productos de temporada). Por cierto, regamos el ágape con una copita de cava de aperitivo, agua mineral y una botella de Principia Mathematica, un vinico blanco muy bueno que ya habíamos probado anteriormente. Pensamos en tomar un tinto, pero el somelier nos recomendó blanco, puesto que solo un plato del menú era de carne. Hay que hacer caso a los que saben. En fin, ¡vamos al lío!



llevaban florecitas, y todas tenían su función, más gustativa algunas, más decorativas otras, o ambas cosas a la vez. En segundo lugar, que todos los platos estaban diseñados para seducirte a través de todos los sentidos. Por eso los olía con detenimiento a medida que nos los iban sirviendo. Te entraban por la vista, por el olfato, por el tacto -los que se comían con la mano... Y en tercer lugar, la disparidad de criterios que provocan este tipo de propuestas. Pasado el día de Sant Jordi, leí por ahí opiniones para todos los gustos, dejando unos a caer de un burro los platos que a nosotros nos habían entusiasmado y otros elogiando hasta el absurdo cosas que nos habían dicho menos. En fin, supongo que esa es la grandeza de algo como la cocina: provoca sentimientos, en plural. Y no todos sentimos igual.
En el Àbac tienen el detalle de (si la meteorología acompaña) servir los cafés y/o licores en su magnífico jardín, un espacio con un seto enorme, árboles que parecen sacados de un cuadro y un césped impoluto. Eso a la derecha (según sales). A la izquierda están las mesitas con sus correspondientes butacones. Pese a que el final de la fila de mesas da al paseo de Sant Gervasi -con su tráfico infernal- la paz que se respira es absoluta, apenas llega un lejanísimo murmullo. Ahí me di
cuenta el año pasado de que diseñar este hotel como si fuera el bunker de la cancillería tenía todo el sentido del mundo. Junto con los cafés -buenísimos, por cierto- te traen una bandejita con unos petits fours, deliciosos todos ellos, sobre todo los bomboncitos con envoltorio comestible -cómo molan estas chorraditas. Pero para detalle molón, el pintalabios, un clásico de la casa. Se trata de una barrita de pintar los labios que, al descapucharla y extraer la barra, te encuentras con un mini-polo de frambuesa. Y está muy bueno, claro. Y además, refresca. El año pasado, mientras disfrutábamos
de nuestra sobremesa en estado semi-comatoso, salió Jordi Cruz a saludar al respetable y a preguntar si todo había sido de nuestro agrado. A nosotros nos pareció un bonito detalle, más que nada porque nos encanta comentar la jugada con los que saben y felicitarles si procede. Si no hubiera salido, como este año- nuestro camarero nos dijo que se encontraba en Madrid, firmando libros- nuestra opinión del ágape hubiera sido exactamente la misma. Y digo esto porque a algunos blogueros parece molestarles estos, digamos, baños de masas. Que si es un egocéntrico, que si va de guays, que si busca el elogio fácil por gente que solo va a hacerse la foto, que si es un gilip... en fin, muy típico de este país de mierda, un país lleno de envidiosos que, a la mínima, ponen en tela de juicio al que triunfa sin tener en cuenta que para llegar hasta ahí puede -entiéndase la cursiva