jueves, 3 de mayo de 2012

LA BURG

Como recordaréis todos aquellos que seguís este, vuestro blog, en la última entrada estuvimos dándole vueltas al concepto comida divertida. Para los que no lo recordéis, deciros que dicho concepto se refiere a todos aquellos platos que nos chiflan pero que tenemos que comer con moderación, pues podemos acabar más ceporros que Val Kilmer. Pizzas, burritos, kebabs, hamburguesas...

Hamburguesas...

¿Conocéis a alguien a quien no le gusten las hamburguesas? Yo no, la verdad. Si esa persona existe, debe estar en un mundo alternativo, como el de Fringe, pues la hamburguesa es el bocadillo global por excelencia, el plato ideal para muchísimos niños y  gran parte de sus progenitores, para bien o para mal, presente en todos los rincones del mundo, gracias a las franquicias que todos conocéis. Y digo para mal, porque no son sino esas mismas franquicias (you know, McDonalds, Burger King, Wendy’s...) las que le han granjeado la mala fama que tienen... y que no se merecen. NO rotundo. ¿Acaso os cagaríais en la paella tras degustar un buen plato de ese engrudo plástico que responde al nombre de Paellador? No, ¿verdad? Pues con las hamburguesas pasa todo lo contrario: como los bocadillos de estos establecimientos son más bien pobres (sé de lo que hablo: trabajé en un McDonald’s durante seis meses) el resto, dicen por ahí, tampoco vale un pimiento. Y no, señores, de eso nada. Una hamburguesa es un plato como otro cualquiera, que si está hecho a base de amor y buenos ingredientes, puede proporcionar tanto placer (o más, si cabe) que el caviar, el foie, y todas esas chuminadas tan caras. Tampoco es cuestión de demonizar las hamburguesas baratas (mi querida Marta y un servidor las consumimos un par de veces al mes), pero lo que no se puede concluir es que la mera existencia de estas últimas excluya las de calidad, las buenas de verdad. Porque estas existen, sí. Y más cerca de lo que os pensáis.


Sí, somos unos pijos (primera parte)


Así es, amiguitos. Sabéis desde el principio de este blog que tanto mi señora como yo somos unos pijos (y a mucha honra), pero desde que nos hicimos clientes habituales de La Burg, el pijismo, más que nunca, circula raudo por nuestras venas cual chute de heroína. ¿Porqué? Dos pistas: está en una calle que se llama Sant Joan Bosco y el barrio se llama Sarrià. Lo váis pillando, ¿no? Pero no adelantemos acontecimientos.

Conocí la hamburguesería La Burg a raíz de un comentario que hacía mi admirado Juan Manuel Freire en la sección de up&downs que tenía (o tiene, hace tiempo que no compro el diario los domingos) en el suplemento dominical de El Periódico de Catalunya. En ella se refería a las hamburguesas de La Burg como las mejores de Barcelona. Y ante una afirmación de tal magnitud, los Pijos no podían hacer otra cosa que ir a comprobarlo in situ. Y así lo hicimos.

Si la memoria no me falla, nuestra primera vez fue hace un par de años, aproximadamente. Era pleno mes de agosto, lo recuerdo por la sudada que nos pegamos hasta que llegamos allí (está en una calle cuesta arriba) y porque al entrar estaba prácticamente vacío, nada que ver si vas un día de cada día fuera de las fechas estivales (y es que, para comer en algunos sitios determinados, no hay nada como ir en agosto: no hace falta reservar, apenas hay ruido, ¡no hay niños!, los camareros trabajan prácticamente para ti solo... qué gozada).

Lo primero que nos llamó la atención es la decoración, a base de maderas oscuras y luces más o menos tenues, muy lejos de los grasientos (pero entrañables) frankfurts de barrio y de los míticos diners norteamericanos, así como la inmensa pizarra que hay al fondo, en la que estaba anotada la procedencia de sus carnes, en su inmensa mayoría, de buey. Tanto a la derecha como a la izquierda, encontramos dos o tres mesas altas con sus correspondientes taburetes, y si entramos hasta el fondo, una vez subes un par o tres de escalones, vamos a parar al comedor propiamente dicho. Nosotros casi siempre hemos acabado comiendo precisamente en las mesas de la entrada, pues está siempre a petar y nunca nos acordamos de reservar.



Caprice des dieux!


El camarero (que, por cierto, fue muy amable; digo esto porque he leído por ahí comentarios tremendamente críticos para con el servicio, tildándolos de lentos, maleducados y prepotentes. Nada más lejos de la realidad: habremos ido del orden de diez veces y jamás hemos tenido ningún problema, más bien lo contrario) nos trajo la carta y nos aconsejó un poco por encima. En ella podemos encontrar del orden de trece o catorce tipos de hamburguesas, mayoritariamente, como ya dije más arriba, de carne de buey, aunque también hay una de cordero y una vegetal. Hemos probado un montón, pero nuestras favoritas son la Champion (con cebolla confitada, pimiento asado y champiñones) y esa obra maestra del arte hamburguesil conocida como la New York (con tomate, cebolla confitada, queso emmental y ese huevo poché que hace que cada vez que le hincas el diente se te salten las lágrimas). Asignaturas pendientes son la Ninja (con setas shitake, salsa japonesa y sésamo) y la Quesos (con quesos emmental, brie y, una vez más, cebolla confitada). La carne (te preguntan si la quieres poco hecha, al punto o muy hecha) es excelente, así como el panecillo (¡nada de bollos!) y los distintos ingredientes que escojáis. Dicho esto, ¿son las mejores hamburguesas de Barcelona, como sentenció el amigo Freire? ¡Quién sabe! A los Pijos no les van mucho los juicios absolutos, de ahí que pensemos que la mejor hamburguesa está todavía por descubrir. En cualquier caso, hasta que no encontremos unas hamburguesas, no ya que las superen, sino que las igualen, mi señora y yo seguiremos siendo fieles a La Burg. Los Pijos somos así.


Para acompañar, además de las típicas patatas fritas (ricas-ricas, no son congeladas), tienen patatas bravas (muy buenas: bien cocidas y con una mezcla tirando a suave de salsa brava y allioli) , nachos con guacamole (correctos, sin más) y papas arrugás (las pedimos una vez y no nos gustaron nada; quizás fue cosa de una día, pero lo cierto es que no las hemos vuelto a pedir). También tienen ensaladas, pero tampoco las hemos pedido en ninguna ocasión: nosotros, cuando vamos a La Burg, vamos a por todas, es decir, sin mariconadas.

Y respecto al precio, sale por unos 15/20 euros por barba (siempre y cuando no pidáis vino, claro, porque entonces subirá más; nosotros, como ya sabéis, siempre tiramos de cervezas y Coca-Colas). ¿Lo encontráis caro? Nosotros no, la verdad. Como dije en alguna que otra entrada anterior, que te parezca caro o no dependerá de lo bien o mal que hayas comido. Sin más.


Sí, somos unos pijos (segunda parte)


He dejado para el final uno de los rasgos más característicos de La Burg y que a nosotros nos hace mucha gracia: su ambiente. A grandes rasgos, podemos comentar que es muy agradable, con espacio suficiente entre las mesas y sin demasiado ruido ni demasiado silencio. Pero lo mejor no es eso, no. Lo mejor es zamparte tu riquísima hamburguesa mientras observas tranquilamente el incesante (¡e inacabable!) desfile de pijos de todas las edades, tamaños y colores: señoras con la piel estirada hasta el límite de lo estirable, escolares con uniforme de colegio de curas, armados todos ellos con Iphones y pelucos carísimos, ejecutivos con flequillos salvajes… Si a tan deliciosas estampas le añades el hilo musical rabiosamente ochentas que escupen sin cesar los altavoces del local (a un volumen agradable, todo hay que decirlo), obtenemos un escenario de lo más pintoresco. Y es que, en algunas ocasiones, subir a la parte alta de la ciudad equivale a entrar en otra dimensión. Y si es a ritmo de Kool & The Gang, ni te cuento.

La Burg
Passeig de Sant Joan Bosco 55
Barcelona
Tel. 932.056.348

www.laburg.es






P.d. (1)


La Burg tiene un hermano mellizo en el Eixample que se llama El filete ruso. Es prácticamente igual que el original, la única diferencia se encuentra en la carne, que es de ternera. Hemos ido del orden de cuatro o cinco veces y certificamos que, también, se come de fábula. Cuestión de gustos, vaya. Está en la calle Enric Granados 95, haciendo esquina con la calle Rosselló. Eso sí, id pronto, se pone a petar en un santiamén.


P.d. (2)

No podiamos despedirnos sin este regalito. ¡Que lo disfrutéis! 

3 comentarios:

  1. ¡¡Dios, viendo las fotos de las burgs, te entra hambre aunque acabes de comer!!

    ResponderEliminar
  2. La Burg no me desagradó para nada, sobre todo las patatas fritas estaban muy muy ricas!! De todas formas Bburger y Pijama me gustan más. ¿Has probado Negro Carbón?

    ResponderEliminar