Somos
ruteros...
Me
acuerdo perfectamente: estaba sentado en el sofá, viendo la tele.
Aparté mis ojos de la pantalla por unos segundos y, de forma
totalmente casual, fijé la mirada en mi carpeta roja. Mi carpeta
roja... ¿nunca os he hablado de ella? Es una carpeta tamaño DIN A4
donde guardo toda la información que he ido recogiendo durante los
últimos años sobre restaurantes, cocineros, productos y demás
mandangas gastronómicas. En otro momento os diré qué hay ahí
dentro (y cómo lo clasifico, que también es interesante), pero para
lo que nos ocupa es suficiente con saber que tengo una sección
dedicada a
todos aquellos restaurantes de la geografía catalana (excluidos los de Barcelona ciudad) que en su momento me llamaron la atención por una cosa o por otra. Fue ver la carpeta y mi mente hizo click. Claro... ¿Por qué en lugar de hacer un viaje express a cualquier localidad catalana no tiraba de archivo y montaba el viaje en función de alguno de los restaurantes de mi wishlist particular? Y ya puestos, dado que una salida gastronómica me parecía poca cosa para regalar a mi señora, ¿por qué no hacer cuatro, una por cada provincia de la terra? La decisión estaba tomada. Había nacido... ¡el Gargantuan Tour!
todos aquellos restaurantes de la geografía catalana (excluidos los de Barcelona ciudad) que en su momento me llamaron la atención por una cosa o por otra. Fue ver la carpeta y mi mente hizo click. Claro... ¿Por qué en lugar de hacer un viaje express a cualquier localidad catalana no tiraba de archivo y montaba el viaje en función de alguno de los restaurantes de mi wishlist particular? Y ya puestos, dado que una salida gastronómica me parecía poca cosa para regalar a mi señora, ¿por qué no hacer cuatro, una por cada provincia de la terra? La decisión estaba tomada. Había nacido... ¡el Gargantuan Tour!
...y
en el camino nos encontraremos
Dejé
lo que estaba viendo en la tele y me puse manos a la obra en pocos
segundos (¡qué excitante!). Lo primero que tenía que hacer era
hacer un update de
los contenidos de la sección Catalunya
de
mi carpeta roja. Dado que mi recopilación de datos comenzó hace ya
unos cuantos años, tenía que poder al día dichos contenidos, ya
sabéis que el negocio de la restauración es muy cambiante
y que el negocio que un día era boyante, al día siguiente podía
estar cerrado. Así que fui apartando aquellos que ya no existían. A
continuación, fui descartando, con todo el dolor de mi corazón, los
que se encontraban en medio de la nada (es decir, en el campo).
Motivo: los Pijos, además de no tener Ipad, tampoco tienen coche,
por lo que tenía que ceñirme
a
negocios que estuvieran bien comunicados. Este paso me puso las cosas
más fáciles, puesto que los restaurantes campestres eran
numerosísimos. La última eliminatoria iría en función de sus
horarios, puesto que, al depender del transporte público, se
quedarían fuera todos aquellos que no tuvieran turno de almuerzo.
Cenar y hacer noche en un hotel no estaba contemplado.
Y
llegamos a la gran final. Tuve que escoger entre unos doce
restaurantes y luego, limitarlo
a unos tres o cuatro por provincia.
En dos casos, los referidos a la provincia de Barcelona y a la de
Girona, lo tuve muy claro, pero en los otros dos la lucha fue
¡encarnizada! Y escogí lo que me dijo mi instinto. El tiempo dirá
si me equivoqué o no. Los agraciados fueron... bueno, de eso ya os
iréis enterando.
¿Power...
qué?
Una
vez elegidos los cuatro magníficos,
tenía que darles un envoltorio ad-hoc.
Pensé de todo (un sobre, un mapa, geo-localizaciones...) pero
finalmente me decanté por preparar un PowerPoint
con fotos, textos y tal. Me pasé una p... tarde haciendo el PowerPoint
de
los c... ¿Os ha quedado claro que no había hecho ninguno jamás (y
que seguramente no volveré a hacer ninguno)? Ni qué decir tiene que
me quedó un señor churro, con letras de diferentes tipos, tamaños
y colores. Un mierdote, vamos. Pero lo bueno de las cosas hechas con
el corazón es que el destinatario de las mismas suele darse cuenta
de ello, por lo que pasa por alto el posible cutrerío del artefacto
(en este caso, bastante acusado). El día de Reyes, por la noche,
entregué a mi señora un sobre con un pendrive
en
su interior y la invité a enchufarlo en el ordenador. Una vez
abierto el archivo, ni reparó en lo deficiente del invento: la idea
de hacer cuatro salidas gastronómicas por nuestro país, a razón de
una al mes, le pareció genial. Un regalo de Reyes que dura ¡cuatro
meses! Eso se llama regalazo. Aquí y en la conchimbamba.
Meteo.cat
Perdí
la cuenta de la cantidad de veces que consulté la web de predicción
meteorológica de la Generalitat en apenas dos semanas. El final del
invierno y el comienzo de la primavera nos trajo, hablando sin
tapujos, un tiempo de mierda: no había semana en la que el frío y,
sobre todo, la lluvia no apareciera en el horizonte. A ver, íbamos a
comer, sí, pero las salidas no fueron concebidas como un
pim-pam-pum, de ir, llegar, comer y largarse. No, lo suyo es ir, dar
una vueltecica, tomarse un aperitivo si apetece, comer tranquilamente
y, después, dar un paseito por la población. Tras un intento
fallido a principios de marzo (un día en el que llovió a mares),
los Pijos dirigieron sus pasos hacia la capital de l'Alt
Penedès,
Vilafranca del Penedès, la localidad a la que Oriol
Llavina decidió
trasladar su negocio desde su original emplazamiento en Gelida. No
podía ser otro: el Pijo mayor lo tenía entre ceja y ceja desde
hacía unos cuantos años, demasiados ya. Había llegado el momento.
El momento de El
Cigró d'Or.
Las
tablas
Y
llegó el día. La previsión indicaba un día nublado, pero tuvimos
suerte y una vez bajamos del tren el cielo empezó a clarear. Tirando
de Google Maps, llegamos a las inmediaciones del restaurante con una
media hora de antelación. Dado que ya íbamos teniendo hambre,
pensamos en hacer una caña por la zona. El problema era dónde, pues
estaba todo cerrado. Y cuando digo todo, es TODO. No era ni la una y
media y aquello parecía el episodio piloto de The
Twilight Zone,
ni un alma por la calle. Nos quedó claro: en Vilafranca, la hora de
comer es sa-gra-da. Pero tuvimos suerte, pues a la vuelta del mercado
de Vilafranca (en cuyo primer piso se encuentra El
Cigró d'Or)
encontramos un bar abierto. Nos sentamos en la terraza y nos pedimos
un par de cañas. Una vez le di el primer sorbo a mi cerveza, fijé
mi atención en sendas tablas en las que estaban anotadas las tapas
de las que disponía el bar y nada más comenzar a leer, la primera
en la frente: Tapa
+ Bevida: dos euros.
¡¡Bevida!!
A mi señora -que entre otras muchas cosas, es correctora- le dio un
triple ictus al ver semejante faltote.
Bah, qué exageraos,
pensaréis, pero es que la falta se repetía en las tablas hasta
siete veces. Nosotros, los Pijos, creemos firmemente que cualquier
negocio, cualquiera, para ir bien, ha de comenzar por cuidar todos
los detalles, por mínimos que parezcan. Y la ortografía lo es. Más
que nada por que si no se fijan en eso, que es muy fácil de cuidar,
qué será de su oferta. Qué coño, normalmente es la
primera impresión que te llevas del negocio.
A ver, los Pijos no somos muy aprensivos, pero estoy seguro de que
hay gente por ahí que detalles como este ya hacen que pasen de
largo.
Y
en esas que, en medio del tercer ictus, sale del interior del bar un
sujeto con un mullet
tamaño
king size (para
los que no lo sepáis, el mullet
es
el peinado característico de los paletos norteamericanos, cortito de
arriba y con cholacas
por
detrás), una versión ibérica del gran (lo de gran
es
irónico, claro) Billy
Ray Cyrus.
Sí hombre, el padre de la teen
idol Miley Cyrus y,
sobre todo, el ¿artista? que llevó hasta el número uno de las
listas una de las canciones más infumables del siglo XX, el letal
hit
Achy breaky
heart. Infumable
siempre que no escuchéis, claro, la versión que hizo en castellano
el ínclito Coyote
Dax,
aquel cagarro cósmico conocido como No
rompas más (mi pobre corazón).
Es tan nefasta, que hace que la del bueno de Billy
Ray sea
simplemente mala. Volviendo al señor del mullet,
este dirigió sus pasos hacia mí. Creía que me iba a llamar la
atención por hacer cachondeo de su iletrada tabla de tapas, pero qué
va, nada más lejos de la realidad. Me soltó ¡Ná,
aquí ponemoh lah tapillah y eso, pero ahora, como hemoh de poné loh
barreñoh de birrah, pues tenemoh que cambial.las! Ante
semejante discurso, no pude más que asentir. A continuación nos
cobró, cerró el bar y se marcho con su familia a comer (?).
¿Cómorl?
¿Cierras tu negocio (un bar) para ir a comer? No lo habíamos visto
nunca. Sabíamos que iban a comer por que nos lo dijo él mismo. A
ver, el ferretero cierra para comer. Y el de la lavandería, el de la
mercería, el del colmado... pero...¿el del bar? Son esas cosas que
los de ciudad no entendemos, al igual, sin ir más lejos, que lo de
no recoger los vasos de nuestras cervezas antes de cerrar el negocio.
Ahí se quedaron, encima de la mesa. En Barcelona, seguramente,
serían sustraídos (o destrozados) en poco más de tres décimas de
segundo. Pero en Vilafranca, al parecer, no. Como en Noruega, que
dejas tu bici apoyada en un árbol y cuando vuelves, tres horas
después, todavía está allí. O eso dicen.
¡Al
rico menú!
Como
ya os he dicho un poco más arriba, El
Cigró d'Or era
una vieja asignatura pendiente. Lo conocí a través de una muy
elogiosa crítica de mi siempre admirado Pau
Arenós.
Por aquel entonces, estaba situado en la población de Gelida, pero
por motivos que ahora mismo no recuerdo, se mudó unos años después
al piso de arriba del mercado de abastos de Vilafranca del Penedès.
Según el propio Arenós,
el traslado le sentó de fábula a la propuesta de Oriol
Llavina,
puesto que desde entonces llenaba a diario para comer (y para cenar,
si bien abren por la noche únicamente los fines de semana) y el
nivel de la cocina no había hecho sino aumentar. Por eso, cuando
tuve que escoger cuál sería la primera etapa del Gargantuan Tour,
la correspondiente a la provincia de Barcelona, no tuve ninguna duda.
De hecho, fue el único de los cuatro restaurantes que no tuvo que
competir con otras propuestas.
Tras el episodio del bar, entramos en el mercado y subimos la
escalera, que queda a la izquierda. Vas a parar a una puerta con un
ojo de buey. Cuando la abres, ya estás dentro del restaurante, un
espacio de tamaño medio, muy luminoso, de techo alto, con una barra
a la izquierda (donde también sirven comidas), la cocina al otro
lado de la barra, totalmente a la vista (dando la cara, sí señor:
confianza a tope) y el comedor propiamente dicho a la derecha, con
unas diez o doce mesas ordenadas más o menos como un reloj y un par
de mesas redondas en medio. Olvidé decir que nada más entrar hay
otro comedor pequeñito, pero parece (bueno, de hecho lo es) un
reservado.
Cuando
llegamos a la altura de la barra, el propio Oriol
nos
dio la bienvenida (dato a tener en cuenta: está literalmente al
frente del negocio) y dio instrucciones a uno de los camareros para
que nos preparara la mesa. Como teníamos reserva, nos sentaron en la
mejor mesa, justo una de la que estaban junto a los ventanales. Había
un señor sentado en ella pero, con buen criterio, le preguntaron si
no le importaba sentarse en otra mesa. El señor, muy educado, no
tuvo ningún inconveniente. Aunque los Pijos, hubieran hecho lo mismo
en una situación similar, no tenía por qué hacerlo. Desde aquí le
damos las gracias, señor. Una vez sentados, sorpresón al canto:
tenían menú de mediodía y valía...¡¡12,50 euros!! ¡IVA
incluido, señores! Yo había calculado unos 30 ecus por cabeza y
mira tú, por
ese importe íbamos a comer los dos.
Tras
echarle una ojeada al menú (y más después de haberlo disfrutado)
comprendí porqué el local estaba lleno a los pocos minutos (barra y
reservado incluidos): una propuesta como esa y, sobre todo, a ese
precio, no se ve todos los días, por lo que la gente viene en tromba
al Cigró (ahora
también entiendo porqué no había nadie por la calle, ¡estaban
todos aquí!). El menú constaba de cuatro primeros, cuatro segundos
y tres postres, a saber: ensalada con crujiente de cabra, macarrones
a la carbonara de trompetas de la muerte, crema de patata ahumada con
huevo escalfado y gambas de Vilanova salteadas como primeros, bacalao
a la empordanesa, codillo al horno, pollo al limón y entrecot de
ternera como segundos y naranja al cava, helado y coca de anís de
postre. Ah, las gambas y el entrecot llevaban un suplemento de seis
euros (si
no los cobran es
directamente para ponerles un monumento). Ah, también tienen un
menú-degustación por 25 lereles (impuestos incluidos) muy, pero que
muy interesante, que consistía en un aperitivo (ni idea de lo que
era), canelones crujientes con bechamel de fuagrás, arroz de
pescado, cordero cocido al vacío y mandarina con chocolate. Ambos
nos decantamos por el menú de 12,50, pero no por el precio (que
también), sino porque los menús-degustación suelen hacérsenos un
poco largos.
Tras
varios minutos de dudas, la Pija mayor se decantó por la crema (casi
llora: estaba absolutamente deliciosa) y por el codillo
(que-te-cagas,
en una primera impresión; sabroso y tierno, ya más calmada). Yo,
por mi parte, por los macarrones (de los mejores que he comido en mi
vida, p'a llorar) y el bacalao (muy bueno. No está a la altura del
de Chicoa,
pero se le acerca). De postre, naranja al cava para los dos. Muy
buena, fruta de calidad con la cantidad justa de alcohol. Y para
beber, redoble de tambores... ¡vino para los dos! En esta ocasión
me trinqué una copichuela de vino blanco del Penedès (tinto el de
mi señora), el cual estaba muy bueno (lo siento, no puedo daros
datos como la cosecha, el bouquet
y todas esas cosas raras de las que habláis los amantes de los
vinos. Estaba bueno ¡y punto!).
Tras
el magnífico ágape, era de recibo transmitir a Oriol
que
nos había gustado muchísimo. Por eso, cuando lo vimos pulular por
ahí, le felicitamos de todo corazón. Tras agradecernos los elogios,
nos dijo que si volvíamos (cosa que haremos, sin duda alguna)
vengamos temprano y que aprovechemos la mañana para visitar
castillos o para hacer una excursión por las cavas de Sant Sadurní.
Pedimos un par de cafés y, a continuación, nos dirigimos hacia la
barra para pagar la cuenta, la cual ascendió a 27,20 euros. Como se
decía antiguamente, más barato que en Andorra. En Barcelona, ni de
coña comes un menú así por este precio. Es más, he comido muchos
bastante peores por más dinero. Oriol,
eres un tío grande.
Love
train!!
Después
de salir del Cigró,
fuimos a dar una vuelta y la cosa, en cuanto a público se refiere,
no había cambiado demasiado respecto a unas horas antes, las calles
seguían desiertas. Pues nada, un par de fotos i
cap a l'estació.
Al contrario que el trayecto de ida, el de vuelta no se me hizo nada
pesado, y más, teniendo en cuenta que a medio camino subirían al
convoy dos chavales que le pusieron la guinda a una magnífica
jornada gastronómica. Los sujetos en cuestión, Marc
Hernández i
el Negro Garrofer
(así
se presentaron) son un par de entrañables raperos del Penedès que,
armados con un ampli conectado a un Ipod y un micro (¿o eran dos?),
amenizan los viajes de la linea R-4 a base de rimas a toda velocidad.
Los Pijos no somos muy amantes del hip-hop que digamos (a mi me sacas
de los Beastie Boys
y
de Public Enemy y
me duermo), pero la verdad es que el tema que nos cantaron (o que nos
recitaron, mejor dicho) estaba muy bien, muy divertido. Cuando
acabaron, dieron las gracias a todo el mundo por la atención
prestada (a ritmo del Bad
de
Michael Jackson)
y pasaron el sombrero, no sin antes advertirnos de que bajo ningún
concepto debíamos dejar de sonreír al levantarnos por la mañana y,
sobre todo, de que nunca-nunca debíamos dejar de soñar. Ante un
discurso tan positivo y lleno de buenas vibraciones, los Pijos les
soltaron un par de euritos, dándoles las gracias por ese ratito tan
guay que nos habían hecho pasar. Chicos, aquí tenéis, desde ya, un
par de fans. ¡Nos vemos en nuestro próximo Cigró!
El
Cigró d'Or
Plaça
de l'oli 1
Vilafranca
del Penedès (Barcelona)
Tel.
938.905.609