Dicen los entendidos que en Barcelona
no hay bares de tapas que valgan la pena. Si quieres comer tapas de
verdad, dicen, has de desplazarte hasta el extra-radio
(Hospitalet, Santa Coloma, Badalona…), porque es allí donde están
los bares fundados hace ya muchos años por los que tienen fama de
servir las mejores tapas, es decir, los andaluces, extremeños,
aragoneses, gallegos y no-sé-cuántos más que vinieron a Barcelona
a buscarse la vida y poder darles un futuro a sus hijos. Como todas
las leyendas, tiene algo de cierto… y algo de mito. O, dicho de
otra forma, están todos lo que son, pero no son todos los que están.
¿A dónde quiero ir a parar? Pues a que no hay que generalizar. Es
cierto –¡ciertísimo!- que los bares de Santaco y
Hospitalet lo petan, pero no es menos cierto que no hace falta pillar
el B-20 o la línea azul del Metro para comerte un buen pulpo o unas
sabrosas bravas . Eso sí, como pasa en todas las grandes ciudades,
la comida realmente buena no la encontrarás cerca de la
plaza Catalunya, no. Allí únicamente podrás hincarle el diente a
infra-tapas tourists-oriented a precio del Celler de Can
Roca. Si lo que deseas es calzarte unas tapas de esas que no se
las salta un galgo y dar gracias al altísimo por haber nacido aquí
y no en Kuusamo (Finlandia), tan solo tienes que dirigir tus pasos
hacia el barrio de La Pau. Allí encontrarás uno de los templos de
la tapa barcelonesa, un lugar donde también lo petan. Damas y
caballeros, hats off! Ante todos ustedes… ¡el Bar
Lafuente!
De padres a hijos
11 de mayo del 2006. Jueves. Ese fue el
día en el que visité el Lafuente por primera vez. Pese a que
ya os adelanto que fue memorable, no anoté la fecha de la visita en
mi agenda para poder rememorarla cada año, no. Tiene una explicación
mucho más simple: la noche antes, el Sevilla había ganado la
primera de sus dos Europa League y recuerdo que hojeé el Marca en la
barra del Lafuente.
Aquella mañana, mi señora me dijo que
me iba a llevar a un lugar… especial, un bar al que había ido
decenas y decenas de veces desde que era pequeña y donde servían
las mejores tapas del mundo-mundial. Pues bien, cuando llegamos…
¡no había nadie!, estábamos más solos que la una. Mmm…
pensé, ¿tan bueno que es y está vacío? Pero era normal: mi
señora, perra vieja en lo que a lafuentismos se refiere,
prefirió que fuéramos a primera hora, poco antes de la una, porque
luego se llenaba y se hacía un poco complicado encontrar una mesa
libre. Y, eh, así fue: una hora después de nuestra llegada estaba
todo lleno, tanto dentro del local como en la terraza.
Una vez acomodados en nuestra mesa, y
antes de que pidiéramos nada, mi señora me explicó que el Lafuente
era un bar al que su familia acudía desde hacía muchísimos
años. Según me explicó mi suegro hace unos pocos días, su primera
visita se remonta al año 1968, cuando mi señora ni siquiera había
nacido. Por aquel entonces, el bar apenas tenía un año escaso de
vida. El señor Lafuente, originario de Albarracín (Teruel) decidió
abrir su negocio en un polígono de viviendas llamado La Paz (hoy, La
Pau) y que fue inaugurado en el año 1966. Este polígono (hoy barrio
a secas) se construyó como respuesta a la creciente demanda de vivienda generada por la llegada masiva de inmigrantes a Barcelona
desde todas partes del país. La Pau era un barrio, pues, popular. Y
lo sigue siendo. Para comprobarlo, solo tienes que bajarte en la
parada de Metro de La Pau (línea 2, la lila): en los escasos cinco
minutos que dura el trayecto a pie desde la boca del Metro hasta el
bar, solo verás pisos y pisos y más pisos, mayormente humildes. El edificio donde se
encontraba originalmente fue demolido a principios de la
década de los 90 por estar afectado por la aluminosis (esa gran
lacra del Porciolismo), pero el señor Lafuente, con muy buen
ojo, se encargó de reservar uno de los locales comerciales del
edificio de viviendas que se iba a construir justo encima del
original. De esta forma, el Lafuente pudo reabrir sus puertas
en el año 1997, exactamente en el mismo lugar...
Una tradición es una tradición
…y con una estética más actual. Yo
no vi el original, pero el actual (dirigido magníficamente por
Jordi, el hijo del Sr. Lafuente) es un bar moderno, muy luminoso,
donde predominan los colores gris y naranja. Las mesas, metálicas,
están acompañadas por sillas de color blanco. Lo dicho: moderno,
puesto al día, muy lejos de esa estética más bien rústica (y
entrañable, por qué no decirlo) de los bares de tapas de toda la
vida. El local tiene forma de herradura. Una vez entras, tienes a la
derecha una gran barra y a la izquierda los lavabos y la escalera que
da al segundo piso. Enfrente, al fondo, la cocina, a la vista de todo
el mundo (esto me encanta). Desde allí, si giras a la izquierda te
encuentras con un pasillo de unos tres o cuatro metros con mesas a
ambos lados y, al final del mismo, lo que llamaríamos el comedor.
Aunque en las horas punta se pone a petar (el Lafuente tiene
una numerosísima clientela habitual que, como os estoy explicando,
pasa de padres a hijos) es un local cómodo, nada asfixiante. Eso sí,
me imagino que cuando hay fútbol… bueno, cuando hay fútbol el
ambiente debe ser exactamente el mismo que en cualquier otro bar:
ruido, ruido y más ruido. Y es que el fútbol es asín.
…y al chaval póngale uno entero.
Cuando los camareros (si no el propio
Jordi) te traen la carta, comienzan los problemas: es tal la
cantidad de tapas, platillos, bocadillos y chapatas que
contiene, que cada vez que vamos el quebradero de cabeza está
garantizado. ¿Por qué? ¡Pues porque todo está muy bueno! Pero ya
sabéis que los Pijos solemos ir a piñón pijo, por lo que nuestros
pedidos no suelen variar demasiado de una visita a otra. Dada la
generosidad de sus raciones, acostumbramos a pedir tres platos en
cada visita, cuatro si hay mucha hambre. Este hecho me limitaba un
poco a la hora de escribir la entrada, pues con únicamente tres
platos reseñados, iba a quedar un pelín pobre. Así que decidí
ampliar la selección a seis. Lo que vais a ver a continuación es
nuestro particular greatest hits del Lafuente,
recopilado en sendas visitas realizadas durante el pasado mes de
diciembre. Más abajo os adjunto las dos facturas, para que podáis
comprobar que además de bueno es barato. ¡Joder, es que lo tienen
todo!
Las patatas bravas. Si esta lista fuera, por ejemplo, una
recopilación de los Rolling Stones, las bravas del Lafuente
vendrían a ser el Satisfaction de la misma. Es el plato
estrella de la casa, aquel por el que será recordado durante
generaciones. No exagero: mi suegro dice que esas patatas saben
EXACTAMENTE igual que hace cuarenta años. Aunque ya sabéis que yo
no suelo ser muy amigo de los juicios absolutos,
tengo que reconocer que estas papas rozan la perfección. Para mi
señora (y para toda su familia) son las mejores bravas de la
galaxia, unos tubérculos enormes que has de cortar sí o sí con el
tenedor (o eres el feo de los Calatrava o no hay cojones a
meterse una entera en la boca). Puedes pedirlas con salsa brava
(riquísima, con el punto justo de picante, nada killer) o con
una mezcla de brava y all i oli (muy suave, no repite). Como
le dije una vez a mi buen amigo Marcus, soy de la opinión que
las mejores bravas están por descubrirse, pero mientras tanto, me
apaño con estas. Me temo que mi cuñado –el hermano de mi señora-
no opina lo mismo: cuando era pequeño, tenían que pedir un plato de
bravas solo para él.
Las patitas. Si las bravas eran Satisfaction,
las patitas de calamar serían Jumpin’ Jack Flash, la eterna
segundona, al mismo nivel que la otra, pero sin tanta fama. Y es
injusto. Estas delicatessen rebozadas son una obra maestra de
la fritura que vienen servidas con la misma salsa que las bravas o
bien (como las pedimos siempre nosotros) con un buen chorro de limón.
Crujientes y sabrosas, no faltan nunca en nuestra comanda. Ni en la
de mi suegra.
El pulpo. ¡Ojo! Es posible comer un pulpo
exquisito –sí, exquisito- en un establecimiento no-gallego. Y el
del Lafuente es la prueba. Lo sirven como Dios manda, es
decir, en un plato de madera, con su aceite de oliva virgen extra y
su pimentón de la Vera. Y se deshace en la boca, amigos. Aunque
existen (ahora mismo me vienen a la mente el de La Esquinica y
el de La Perla), no encontraréis demasiados pulpos en
Barcelona y alrededores cocinados por no-gallegos y que rayen a su
misma altura. Y es que es un plato algo complicado de preparar: a la
que te descuidas, te estás comiendo un paquete de chicles con sabor
a cefalópodo.
Los champiñones. Otro favorito de mi suegra (y nuestro).
Los sirven al ajillo, en una cazuelita. No tienen mucho secreto, pero
son excelentes. Obligatorios.
El pincho moruno. Otro hit que, si no recuerdo
mal, lo pedimos en mi primera visita. Te lo sirven en un plato, sin
la brocheta (me mola: esos alambres molestan un huevo a la hora de
manejarlos, queman y manchan. Así es mucho más práctico) y
acompañado de un par de rebanadas de pan tostado. Son enormes y
necesitan de la intervención del cuchillo. Eso sí, una vez en la
boca… ¿os lo imagináis? En efecto, se deshacen. Delicioso.
La chapata de
jamón ibérico. Bufff… estoy escribiendo esto sin
cenar y salivo solo de pensar en ella. Jamón ibérico del que quita
el sentío acompañado de un pan celestial (ojo, el de la
foto no es el habitual, ese día no tenían). Menos es más. Pan,
jamón, tomate, aceite y sal. ¿Hace falta algo más para rozar el
cielo?
El círculo (de nuevo)
Los que sois pijos veteranos,
recordaréis la entrada que le dediqué hace un tiempo a La Bella
Napoli,
nuestro restaurante italiano de referencia. En aquel texto, hice
referencia al círculo de confianza de Robert de Niro en la
mítica Los padres de ella y a que mi señora no me descubrió
uno de sus secretos gastronómicos mejor guardados hasta que no me
hice merecedor de entrar en su circle of trust particular.
Pues bien, con el Lafuente pasó tres cuartos de lo mismo.
Durante aquella primera visita, lo recordaré toda mi vida, le
pregunté, en pleno trance bravero, que por qué no me había
traído antes. Me respondió exactamente lo mismo que en el italiano:
porque todavía no te lo habías ganado. La alegría fue
doble, claro: había descubierto uno de los bares definitivos de mi
vida y, de paso, había entrado, ahora sí de manera permanente, en
el círculo de mi señora. Dicho esto, lanzo una pregunta,
como quien no quiere la cosa, hacia la habitación de al lado:
cariño, ¿te queda algún sitio más por descubrirme? Te recuerdo
que ¡YA ESTOY dentro del círculo!
Bar Lafuente
Gran Via de les Corts Catalanes
1179-1181
Barcelona
Tel. 932.781.959
P.d.
Olvidé comentaros que el padre de Jordi, el Sr. Lafuente, sigue al
pie del cañón en otro bar… que se llama igual y que también está
en la Gran Vía, concretamente en el número 931, ya en el barrio del
Clot. No os puedo decir gran cosa de él porque no he ido nunca, pero
el comando Pijo nunca descansa…
Es lo mejor que tenemos en el barrio
ResponderEliminarAmigo Pijo Mayor, te recomiendo en tu próxima visita los calamares a la romana, de voltereta, en ocasiones tardan un poco más en venir a la mesa, pero es porque, como dice Jordi (el dueño) es porque tienen que hacerle el agujero de enmedio 😀😀. Es el plato preferido de mi mujer. Buen provecho.
ResponderEliminarEstoy de acuerdo contigo,para es el mejor sin lugar a dudas
ResponderEliminarCuando voy a tapear a otro sitio ,por mis amigos que quieren ir a patear en su barrip,siempre me decepciona y pienso en la fuente.,