miércoles, 10 de octubre de 2012

CUMPLEAÑOS TOTAL (1ª PARTE: APONIENTE)


Mi señora quiere mucho a su familia. Como todos, supongo. Pero a su rama andaluza, por decirlo de alguna forma, los adora. Los adora mucho. Por eso, cada vez que se encuentra con ellos, que está entre ellos, es la mujer más feliz del mundo. Digo lo de se encuentra porque no viven aquí, en Barcelona, sino en San Fernando, Cádiz, cuna de la Constitución de 1812 , del Camarón de la Isla y del bienmesabe. ¿Que qué es el bienmesabe? Luego os lo cuento.

Como ya os expliqué hace un tiempo, el tema de los regalos entre mi señora y un servidor es capital: unos meses antes de nuestros respectivos cumpleaños o de las fiestas navideñas, ambos ya estamos maquinando en el más estricto secreto qué podríamos regalarnos. Todos los años se repiten las mismas preguntas: ¿le gustará?, ¿lo tendrá?, ¿no será muy caro?, ¿no será muy cutre?... Pero cuando me planteé hace unos pocos meses cuál sería el regalo principal de su aniversario, lo tuve muy claro. De hecho, lo tuve clarísimo. Y es que ella, sin saberlo, me lo había dejado en bandeja. Desde que decidimos compartir nuestras vidas, han sido tantas las ocasiones en  las que me ha hablado de los titos, de sus primos, del bienmesabe, de las coquinas, y de tantas otras cosas que añoraba desde sus veraneos en San Fernando que... bueno, una cosa llevó a la otra. A principios de junio puse en marcha todo el operativo. Lo primero, hablar con mis suegros y sondear la idea de regalarle un viaje a San Fernando. Ni qué decir tiene que a mis suegros la idea les pareció genial de todas todas. Una vez obtenida su bendición, había que contar con el beneplácito de sus tíos. A ver, ya sabía que dirían que sí, pero uno es educado y no le gusta ir por la vida dándolo todo por sentado. Una vez fijadas las fechas, mi suegro no tardó ni 24 horas en darme el sí por parte de los titos: estarían encantados de alojarnos y tratarnos como si fuéramos sus hijos (y doy fe de que así fue, pero no adelantemos acontecimientos...). Y por último, comprar los billetes de avión antes de que comenzaran a subir de precio (ya sabéis, las low-cost). Una vez tuve la reserva hecha, ya pude respirar tranquilo: ¡nos íbamos a San Fernando!

¡Sorpresaaaa! Eeeh...¿lo cualo?

No sé si os ha pasado alguna vez, pero cuando tienes un buen regalo, un gran regalo, metido en un cajón, esperando ser entregado a su destinatario, la espera se hace eterna. Tened en cuenta que compré los billetes a finales de junio, por lo que faltaban prácticamente tres meses para el gran momento. Menos mal que mis suegros y su familia son muy discretos, porque aguantar el secreto tanto tiempo... es más, tuve la ocasión de comprobarlo in situ, porque sus titas tuvieron a bien venir a Barcelona a mediados de agosto para acompañar a su hermano en su setenta cumpleaños. Una vez acabada la fiesta, llegó la hora de las despedidas, y la tita Tere abrazó a mi señora y le dijo socarronamente que a ver cuando nos dejábamos caer por San Fernando... mientras me guiñaba un ojo discretamente. Mi señora le respondió que más adelante lo intentaríamos. Después de ese momento supe que el regalo no iba a ser uno más en nuestra relación. Iba a ser el regalo.

Llegado el día de su cumpleaños, yo era todo excitación. Me había currado un cutre-montaje en tres folios a base de fotos bajadas de Internet y unos muy lamentables (pero divertidos) monigotes. La cuestión era presentarlo de forma sencilla, pero personal. En la primera hoja, imprimí un resguardo de los billetes. En la segunda, una foto de un tren simbolizando el trayecto Sevilla-San Fernando y debajo, una foto de los titos, todo ello explicado con buena letra por mis monigotes ¿Fácil, no? Vuelo + tren + Titos = viaje a San Fernando. Pues no señor. Una vez le doy el sobre a mi señora y despliega la primera hoja, estupor: ¿Un viaje a Sevilla? Pero si ya estuvimos hace un par de años... Mmm... ¡esto no empieza bien! Pero me dije, bueno, cuando vea la segunda hoja lo entenderá todo. Nada más lejos de la realidad: despliega la hoja y me dice ¿Un tren? ¿Y qué pinta esta foto de mis titos? Daría dinero por poder ver la cara que puse en ese instante, pues mi temperatura corporal bajó a unos -400 grados centígrados y mis testículos ya se habían espachurrado unas veinte veces contra el suelo. Pero todo tiene una explicación: mi señora lo pilló más o menos a la primera, pero la emoción la dejó tan anonadada que no supo cómo reaccionar. Unos minutos después, ya en conexión telefónica con San Fernando, pude comprobar por el brillo de sus ojos que había acertado plenamente y que aquel regalo era el regalo. Pero, un momento... ¿no había tres hojas en el sobre? ¿Qué había en la tercera? Pues en la última había dos fotos, una de un señor que se llama Ángel León y otra de la puerta de su restaurante en El Puerto de Santa María. Un restaurante llamado... Aponiente.


Busque, compare...

Los asiduos a este humilde blog ya sabéis que el Pijo Mayor (o sea, yo) nunca sale de viaje sin haber hecho antes un minucioso estudio gastronómico de nuestro destino, pues no es cuestión de pasar una semana lejos de casa y de nuestro gato y, encima, comer mal. Como diría Florentino Pérez, never, never, never. Yo ya era consciente de dónde me metía, sabía que por aquella zona de Andalucía se come muy bien (de hecho, ¿hay algún sitio en Andalucía donde no se coma bien?), pero quise aprovechar el viaje y regalarle a mi señora una invitación a un resturante... diferente. No era casualidad que la invitara a ese sitio y no a otro: por motivos que no vienen a cuento, el año pasado pasé cuatro días en El Puerto de Santa María y entonces ya llevé a cabo el proceso de documentación que os comentaba más arriba. El nombre de Ángel León y de su Aponiente sobresalía una y otra vez en mis sucesivas búsquedas en la red. Y además, para bien: ni una crítica negativa, todas superlativas. Me metí en su web y flipé con lo que vi: cocina rabiosamente de autor basada, de forma radical, en el mar y sus numerosísimos frutos. Pescado, algas, marisco, moluscos... todos ellos tenían cabida en su arriesgada propuesta. Como el año pasado viajé solo, lo dejé para una mejor ocasión con mi señora. Y esta ocasión había llegado. Hice la reserva pertinente y un mes después, allí estábamos.


La mer

La misma noche de nuestra llegada, fuimos agasajados en casa de los titos por prácticamente toda su prole. Allí estaban los propios titos, sus hijos, sus nueras, sus nietos y hasta una tele para ver el partido del Barça. Entre toneladas de bienmesabe (cazón en adobo y luego frito: no hay palabras para describirlo), ensalada, botellines de cerveza y botellas de Lambrusco, salió a colación el tema del restaurante al que iba a invitar a mi señora, y varios de los allí presentes aprobaron de inmediato la elección, pues si bien no habían estado, tenían magníficas referencias. Esto va bien, pensé.

Y llegó el día. Tomamos el autobús hasta Cádiz y allí cogimos el catamarán que, a través de la bahía de Cádiz, te deja en el muelle del Puerto de Santa María. Un sol de bandera, una temperatura elevada pero sin apenas humedad, las vistas de la Bahía y tu señora al lado. En momentos como esos, uno no necesita nada más. Una vez en El Puerto, nos dirigimos directos al restaurante. En pocos minutos (policía municipal mediante) ya estábamos en la puerta. Nos recibió un camarero simpatiquísimo que nos llevó hasta nuestra mesa y nos trajo las cartas. Estábamos solos. Hay gente que no lo soporta, pero a nosotros, que somos un poco raritos, nos encanta, pues así nos aseguramos que no haya gente hablando a todo volumen, que comamos sin estrecheces y, lo más importante, que el personal del negocio esté única y exclusivamente por nosotros, por los Pijos.

El comedor es pequeñito, apenas unas siete u ocho mesas. Cortinas para evitar que te achicharres en  un par de minutos (os lo acabo de decir: sol de justicia), mesas amplias, sillas cómodas, mantelería y cubertería elegantes, pero sin pasarse y un hilo musical con volumen agradable. Tras indicarle a uno de los cuatro (e insisto, muy simpáticos) camareros que por favor no me sirvieran ningún plato que contuviera atún (me da asco), comenzó el festín. Este consiste en un menú degustación de -ojo- ¡veintitres platos! o la versión resumida de este, con solo once. Nosotros nos decantamos por el segundo, puesto que el primero lo vimos un poco, como dirían allí, exagerao. Y para beber, una botella de Rueda Quintaluna del año 2010. Ya sabéis que no tengo ni p... idea de vinos, por lo que antes de cagarla, me limitaré a decir que estaba muy bueno. Lo sé, es una descripción un poco lamentable, pero es lo que hay. A partir de aquí, voy a intentar explicaros lo que fue el ágape en sí. A ver si me sale.


 
Chicharrones de morena. Crujientes y saladitos. Muy buenos.


Embutidos de mar acompañados de pan de camarones. Aquí empieza lo bueno: cortes que imitan a la perfección el aspecto de las rodajas de embutido de toda la vida, pero que en lugar de estar hechos a base de cerdo, todos sus ingredientes son de origen marino.
Los ojos te decían chorizo, pero el sabor te decía lisa (que es el pescado con cuya grasa estaban hechos los embutidos). Mención especial merecen la pequeña tosta con sobrasada de caballa (espectacular) y el pan de camarones. Salivando de nuevo.


Mollete relleno de manteca colorá, mix de pescados y ventresca de atún por encima. Muy sabroso. El mío no llevaba atún, claro.


Burrata con leche pura de vaca, rellena de erizo de mar y espolvoreada con pimienta de Jamaica, sal marina del Puerto y aceite de la sierra de Cádiz. Ni qué decir tiene que lo devoramos en apenas dos cucharadas. Exquisitamente condimentado, por cierto.


Barbacoa (hecha con huesos de aceituna) de sardina con berenjena y de jurel con pasta marroquí. Gran idea lo de las aceitunas, le dan un aroma muy curioso. A mí me gustó más la sardina, a mi señora el jurel.

Hasta aquí los aperitivos. Tras traernos el pan (una rebanada de pan normal y otra de pan de algas, este último, exquisito), entramos en los platos en sí, escogidos todos ellos por el propio restaurante.


Sopa al estilo marroquí con burgadillos, acompañada de cañaíllas con un guiso de tomate. Otra gran presentación. Un plato doble que combinaba a la perfección los moluscos de la zona. El caldito marroquí estaba de vicio. Salivando de nuevo (dos).


Surimi de tomaso cubierto por remolacha y cubito de rábano con queso payoyo espolvoreado. Nos encantó. Y tiene gracia que lo diga yo, porque no me gusta el surimi ni ningún pescado crudo.


Mejillones de roca de Conil con crema de moluscos de la Bahía. Mi preferido. Podría haberme comido litros y más litros de aquella crema. Salivando de nuevo (tres).


Risotto de microalgas con puntitos de allioli hecho a mortero. Mi otro preferido en dura pugna con los mejillones, con un arrocito al dente. Salivando de nuevo (cuatro).

Y por último, los postres, que fueron dos:


Dulce de manzana ácida, plancton y wasabi. Un postre mar y montaña. ¿Es eso posible sin vomitar? En Aponiente, sí. Exquisito, uno de los highlights de la jornada.


Alfajor de Medina Sidonia hecho con nitrógeno líquido. El único bocado no marino de toda la comida. Debía de estar bueno para que mi señora se lo comiera en apenas tres bocados, más que nada, porque llevaba canela por encima y ella odia la canela. La odia de verdad. Un rinconcito dulce.


Tras todo esto y un cafelito para cada uno, nos quedamos la mar de bien, detalle que justificó de sobras no habernos decantado por el supermenú de los veintitrés platos, pues hubiéramos salido de allí arrastrándonos por la bahía. A continuación pedí la cuenta. Subió a 216 euros. ¿Caro? ¿Barato? A ver, no es barato, no nos engañemos, pero como digo en todas y cada una de las entradas de este blog, el precio lo acabas poniendo tú. Es un importe elevado, no cabe duda, pero teniendo en cuenta el laboriosísimo trabajo que hay detrás de cada plato, la categoría del producto utilizado en su elaboración, el entorno y el exquisito trato del personal, a nosotros no nos dio la impresión en ningún momento de que estábamos pagando de más. Y ¡qué coño! Si te gusta comer, este tipo de cocina hay que probarla, ¡aunque sea una vez en la vida! Es más, a ver en cuántos restaurantes con estrella Michelin (Aponiente tiene una) comes por 100 euros.

La mer encore

Salimos del restaurante pasadas las cuatro y pusimos rumbo de nuevo hacia el muelle, el catamarán estaba esperando... como esperaréis vosotros, Pijos míos, a la siguiente parte de nuestro periplo gaditano, pues, como se suele decir, ¡esto acaba de comenzar!

CONTINUARÁ...


Aponiente
Calle Puerto escondido 6
El Puerto de Santa María (Cádiz)
956.851.870
www.aponiente.com