jueves, 21 de abril de 2016

ARUME


Los que vivimos en el centro sabemos que los bares de menú, los buenos bares de menú,  escasean por nuestra zona. La mayoría de los que valían la pena fueron cayendo uno detrás de otro: dueños que se jubilaban, alquileres de renta antigua que vencían, fallecimientos... Hace años ya comentamos por aquí el mazazo que supuso para los Pijos el cierre inesperado (precisamente por fallecimiento del dueño) de El Cau del Padró, favoritísimo personal del Raval con un menú de mediodía que quitaba el sentido. Sus fideos a la cazuela, sus lentejas, sus flamenquines (¡sí, flamenquines en Barcelona!), su pollo a la brasa, su... ¡Madre mía, qué pena me da recordarlo! Cada vez que pasábamos por delante del local (situado, por cierto, en los bajos del edificio donde nació Manolo Vázquez Montalbán) y veíamos su persiana bajada con el rótulo original todavía intacto sobre la puerta, rezábamos para que cayera en buenas manos y no acabara convertido en un vulgar locutorio o, todavía peor, en un negocio de kebabs. Pero afortunadamente, no fue así.


Reborn

Estamos en el año 2013. Fue durante una de nuestras innumerables visitas a nuestro casi cuartel general por entonces, el Cera 23, cuando Rubén y Carlos, sus propietarios, nos comentaron (ya sabedores de nuestra vieja historia de amor con El Cau del Padró) que estaban negociando con la dueña del local -gallega, como ellos- para montar algo allí. Nos pareció una magnífica idea, puesto que ese espacio -muy singular, como luego os explicaré- pedía a gritos un buen enfoque, y estábamos seguros de que nuestros amigos serían unos espléndidos gestores. Se pusieron manos a la obra y en la primavera de 2014 la persiana del nº 11 de la calle Botella volvió a subir. Había nacido el Arume. Fue emocionante observar desde la calle que aquel viejo bar donde acudíamos a comer todos los lunes se había convertido en un negocio boyante (llenan prácticamente ¡a diario, ojo! desde su apertura) y luminoso, de esos que invitan a entrar a curiosear. Pero fue todavía más emocionante comprobar que allí dentro se seguía comiendo MUY bien.

Extreme make-over (home edition)

Es curioso cómo la memoria va modelando los recuerdos a nuestra conveniencia. En el caso de El Cau del Padró, con el paso de los años y a medida que lo íbamos mitificando, fuimos arrinconando en una esquinita lo vetusta que era su decoración, a base de cuadros de naturalezas muertas, cencerros de vaca y demás artilugios agropecuarios. Y por qué no decirlo, de sus muy incómodas sillas con el culo de mimbre, que en verano te troquelaban las piernas cosa mala. En resumidas cuentas, que los nuevos propietarios tenían mucho trabajo por delante. Conservaron la entrada original -a excepción del rótulo con el nuevo nombre, como es obvio- y el interior lo remodelaron, pero más a nivel de decoración que a nivel estructural (lo cual hubiera supuesto un fuerte desembolso, pues el local es laberíntico, con salones, pasillos y dobles niveles por doquier). Sus paredes -y esto nos parece un acierto- homenajean tanto al barrio que los ubica (¡esa ropa tendida!) como al buen comer en general. Y con mucha más luz que la que solía haber antiguamente. Como curiosidad, deciros que durante la remodelación se dieron de bruces con un pozo, el cual no solo no taparon, sino que lo iluminaron y cobijaron en su interior a Manolito, un simpático esqueleto llamado así en honor del ya citado anteriormente Vázquez Montalbán. Cuando paséis por encima, saludadlo, Manolito os lo agradecerá. Es muy buen nene.



I’m a rock’n’roll star

Al Arume hemos ido tres veces, pero solo cenamos en dos de ellas. Eeeh... ¿cómo? Me explico: la primera fue un poco chasco-carrasco, porque los platos que pedimos salieron todos sin sal, sin excepción. Pese a que pedimos un salero, aquello ya no tenía remedio, por lo que salimos de allí con la sensación de no haber cenado y, sobre todo, de no saber de qué iba la cocina de Arume. Tampoco le dimos mucha importancia, pues el negocio hacía poco que estaba en marcha y este tipo de fallos son normales durante la apertura. Es más, posteriormente nos enteramos que aquel día concreto Manuel (Núñez, el chef e ideólogo gastronómico de Arume, original de A Coruña) no estaba en el restaurante y su equipo, todavía en fase de rodaje, no atinó todo lo que debiera. Resumiendo, nada que no pudiera corregirse en futuras visitas. La segunda nos hizo sentir como rockstars por unos minutos, puesto que la camarera, una vez sentados en nuestra mesa, nos transmitió de parte del chef si nos apetecía cenar un menú-degustación personal (no lo ofrecen en su carta), para tener una visión más amplia de su propuesta. ¡Y dijimos que sí, claro! No sabemos si fue porque los Pijos marcamos tendencia (¡jajaja!) o porque Rubén y Carlos nos quieren mucho y quisieron compensarnos por esa primera visita fallida (lo más probable), la cuestión es que durante unos instantes nos hicieron sentir especiales. Y eso, querido público pijales, mola mucho.


Galicia calidade

Vamos al grano con el menú Carvalho (¡grandioso nombre!). Como veréis, se trata a grandes rasgos de una propuesta variada, moderna pero sencilla, más gallega por el producto (mariscos, pescados y carnes de primerísima división) que por la elaboración, con sabores contundentes, de los que te dejan huella, vamos.

 
El ceviche del tío Walter. Un ceviche de corvina, con su leche de tigre y equilibrado a nivel ácido. Muy por encima de la media de los ceviches que puedes encontrarte por ahí.

 
Carpaccio de presa de cerdo ibérico, vermut, piparras, frutos secos y aceite Isbilya. Gran corte y muchos contrastes interesantes. Se deshacía en la boca. Delicioso

 
Crocante de pulpo de Muros con espuma de patata, codium y ajada. Uno de los platos estrellas de Arume (de hecho, fue galardonado con el primer premio a la Tapa del año 2014), ha evolucionado desde la primera vez que lo probamos -¡sin sal!- y solo podemos deciros que es un señor platazo. Nos comentó Manuel que el pulpo de Muros es exquisito, pero que en algunas contadas ocasiones han de proveerse de pulpo marroquí, porque, al parecer, es un producto muy variable y el genero que les sirven habitualmente no siempre permite elaborarlo según sus receta. La espuma de patata está francamente deliciosa. Y el pulpo, tierno y crujiente a la vez. Un diez.

 
“La Galicia emigrante”. Taco de zorza, millo corvo, queso del país y pico de gallo. Quizás nuestro favorito. Servido sobre una tortilla de trigo azul (pero que luego es... ¡verde!), la zorza, combinada con el resto de ingredientes, dan como resultado un taco divertido, que pica lo justo y que, en resumidas cuentas, está que te cagas-on-the-bragas. Otro puto diez.

 
Calamar de playa mar y montaña, puré de apio-nabo y samfaina cítrica. Otro gran producto cocinado a la perfección, muy, muy tierno. Al no estar familiarizados con el apio-nabo, el sabor del puré, muy potente, nos descolocó. Es el típico ingrediente que conoces por Masterchef pero que no tienes ni puta idea de a qué sabe. Y está muuuy bueno. El pisto cítrico, por último, encaja. Un gran-pequeño plato.

 
Cordero deshuesado, polenta cremosa de almendras, lima y cebolla morada. Como podréis observar, la descripción no concuerda con la foto. El cordero que nos sirvieron era muchísimo más sencillo, sin rastro de la guarnición anunciada. Ello puede deberse o bien a que a esas alturas de la velada ya estábamos muy llenos (por lo generoso de sus raciones)  y aligeraron el plato -yo personalmente se lo advertí a la camarera- o bien a que se confundieron. Pero no nos importó. Es más, mucho mejor, puesto que la combinación cordero-polenta nos hubiera hecho reventar como el señor aquel que salía en El sentido de la vida. Y no era plan. En cualquier caso, la carne que degustamos era deliciosa. En defensa del plato original, deciros que en la mesa de al lado lo pidieron y quedaron muy satisfechos. Si alguno de vosotros tiene foto de este plato, ya tarda en colgarla en nuestra página de Facebook.

 
La torrija de Manuel con helado de vainilla. Este fue el plato más flojo de la velada. Más que una torrija, era una crema inglesa con cobertura de azúcar quemado. Estaba muy buena, pero me temo que la combinación con el helado de vainilla (también dulce) no era la más adecuada. Mi señora -estoy con ella- cree que hubiera pegado mejor un helado de té o de frutos rojos, algo que diera al plato un toque refrescante.



El concierto perfecto

Aquella noche experimenté en Arume una sensación que pocas, poquísimas veces, se ha dado en nuestras incursiones pijas: el quedarme con ganas de más. No me refiero a querer comer más, sino más bien a querer probar más cosas, a recibir más sorpresas. Lo que vendría a ser el concierto perfecto para un servidor: una banda en plena forma, un repertorio demoledor y una duración justa que te deje con ganas de más. Y si a todo esto le añadimos que nos invitaron a las bebidas, pues, joder, ¡de puta madre! La cuenta subió a 70 euros (35 cada menú Carvalho), precio más que razonable, descuentos a parte. En breve nos dejaremos caer de nuevo por ahí: nos esperan los bises.


Arume
Botella 11-13
Barcelona
Tel. 933.154.872
arumerestaurant.com