jueves, 18 de diciembre de 2014

BAR EL CRUCE


Eran principios/mediados de los ochenta. Mi padre, que era (y continua siendo) socio de una peña madridista de Santa Coloma llamada La Paloma, nos llevaba de vez en cuando a mí y a mi hermano a ver algún que otro partido del Madrid. Nunca me he preguntado si lo hizo para intentar inocularnos su madridismo irredento o, simplemente, para que pasáramos la tarde fuera de casa. Si su intención era convertirnos en vikingos, hay que decir que fracasó estrepitosamente. En el caso de mi hermano, porque nuestro abuelo Miguel, el yayo, el padre de mi madre, se le adelantó.  Pese a haber nacido en Linares, mi abuelo sintió desde muy joven como suyos los colores del Barça. Tanto que se hizo socio. Y su carnet (el cual acabaría heredando yo) a veces caía en manos de mi hermano.  Y, en fin, que lo blaugrana le hizo tilín. Y yo… bueno, yo no recuerdo cuándo ni por qué me hice culé, simplemente sucedió.  Eso sí, nunca hemos sido unos fanáticos. A ver, más de una vez (y de dos, y de tres) nos hemos acordado de los muertos de más de un jugador blanco, pero la cosa jamás pasó de allí. A medida que te haces mayor te vas dando cuenta de que el fútbol, por mucho que sientas unos colores, no es más que eso, fútbol, o, como dijo una vez Jorge Valdano, lo más importante de las cosas menos importantes.  Esa progresiva desdramatización es la que me ha permitido introducirme sin ningún problema en ecosistemas madridistas. Y la peña de mi padre es uno de ellos.  Cada vez que iba, mi papá le decía a quien estuviera encargado de la barra aquel día, oye, ponle una Coca-Cola y unos cacaos al chaval. Y yo, con la botella en una mano (con pajita, por supuesto) y con los cacahuetes en la otra, me quedaba embobado mirando la vitrina de los trofeos. Entre copas, recuerdos y demás parafernalia blanca, sobresalía una foto enmarcada. Era una foto dedicada de Ramón Mendoza. Perdón, de Don Ramón Mendoza, el señor que presidió el Madrid durante los años dorados de la Quinta del Buitre. Don Ramón era MUY odiado en Barcelona, era casi el anti-Cristo para los culés (normal: era castizo hasta la médula), pero a mí me caía muy bien. En efecto, era muuuy castizo, sí, rancio, también, un rato, pero era una persona que siempre iba de cara (nada que ver con nuestro Josep Lluís Núñez) y que tenía un envidiable sentido del humor: su retranca sacaba de sus casillas a todo Can Barça, pero a mí me hacía llorar de risa. El día que murió (con estilo hasta el final: en las Bahamas y rodeado de sus chatis) me dio penita y me acordé de aquellas tardes de domingo en La Paloma, en las que, el Isabelo, el Gori, el Cartero y, por supuesto, mi padre, se dejaban la garganta celebrando los goles de Hugo Sánchez y compañía. Dejé de acompañar a mi padre precisamente por aquella época, mediados de los noventa. Y, desde entonces, no volví a pisar Santaco. No sería hasta el verano del 2013 que volvería a poner mis pies por allá. Iba a comer a El Cruce con mi amiga Anabel. Y nada más salir del metro, me acordé de Don Ramón, de la foto de Don Ramón. 

¿Las mejores…?

El Cruce lo conocí a través de mi buen amigo Jordi. Nunca me habló directamente de él, simplemente lo nombró en un post de Facebook, calificándolo como el bar donde hacen las mejores bravas del mundo. ¿Cómo? ¿Las mejores? Mmm… Como ya he dicho en más de una ocasión en este vuestro blog, las mejores patatas bravas todavía están por descubrir, pero hasta entonces, las del bar Lafuente ocupan el número uno de nuestro ranking pijo. Pero ello no quita que quizás estas también rayen la exquisitez, por lo que me apunté el nombre en uno de mis innumerables papelotes… y me olvidé. Hasta que el año pasado, encontré el post-it y me planteé hacer una excursión pija hasta el corazón de Santaco para comprobar in situ si el juicio de Jordi era para tanto o no. Mi primera opción para acompañarme fue, obviamente, mi gran amiga y compañera de fatigas radiofónicas Anabel. ¿Por qué? Muy sencillo, vive al lado. Ella ya había estado, naturalmente, pues El Cruce es un bar conocidísimo en toda Santa Coloma y alrededores. Y estamos hablando de una población donde el índice de bares de calidad es elevadísimo. Ya os hablé de ello en la entrada que le dediqué al bar Lafuente: en el extra-radio de Barcelona se concentra lo bueno y mejor de los bares de tapas de la capital. En Barcelona también los hay, sí, pero menos.

Bares, qué lugares

No veía tantos chinos juntos desde que estuve en China Town, en Nueva York. Mi señora, que conoce esta comunidad por motivos que no vienen al caso, ya me lo había comentado en alguna ocasión, pero hasta que no pasas por allá y ves anuncios en mandarín en las marquesinas de las paradas de autobús, no eres consciente de que la presencia china en Santa Coloma es muy importante.  La otra presencia masiva, como ya os adelanté unas líneas más arriba, es la de los bares. Saliendo de la parada de Metro de Fondo en dirección hacia El Cruce pierdes la cuenta de la cantidad de bares que hay en un trayecto de poco menos de trescientos metros. Pero hay algo que diferencia El Cruce del resto: siempre está lleno. Y tiene mérito, pues dispone, si no me equivoco, de cuatro salones o espacios, sin contar su mastodóntica terraza veraniega, a la cual hay que dar de comer a parte. Las colas que se forman los fines de semana requieren armarse de un poco de paciencia. Pero tranquilos, lo tienen muy bien organizado.

Entrando a mano izquierda está la barra y a la derecha una fila de mesas. Más adelante, todavía en el lado derecho, un pequeño descansillo donde hay algunas mesas más. Al fondo, uno de los comedores, y a la izquierda, el acceso a otro de los salones (ahora no sé si hay otro más, no me fijé). Mesas con manteles de papel, sillas de madera de las de toda la vida y decoración cien por cien cañí: toros, más toros y un pequeño santuario dedicado a la ínclita Isabel Pantoja. Diría que los dueños son de Málaga, pero quizás me equivoco (si alguien lo sabe y me he equivocado que me lo diga y lo corrijo). A algunos este tipo de decoración les tira para atrás, pero a mí me encanta, qué queréis que os diga (a mi señora no tanto). Y respecto al ambiente, familiar y currela a partes iguales, reflejo del barrio donde se encuentra situado. Es un ambiente con el que me identifico a saco: vengo de ahí. Hace poco hablaba de esto con mi gran amigo Uri, y los dos coincidíamos en que lo bueno de estos sitios es que todo lo que ves es en ellos es así. This is for real. No hay hipsters. No hay postureo. Solo hay niños, niñas, parejas, abuelos, tíos, primas y colegas. Nada más.

Tres visitas tres

Mi política a la hora de hacer una entrada pija suele consistir en hacer una primera visita de reconocimiento y, si nos gusta, volver ya con la cámara y tomar buena nota de todo lo que acontece. Y con El Cruce fue exactamente así. De la primera visita, con Anabel,  salí muuuuy satisfecho. Y, desde entonces, he vuelto en dos ocasiones. Una con Jordi (se la debía) y otra con mi señora.  Su oferta es tan amplia (carnes, pescados, torradas, parrilladas, mariscadas…) que hemos preferido centrarnos en las tapas (no olvidemos que lo que nos trajo aquí fueron las bravas), si bien no caímos en ninguna de nuestras incursiones en pedir la especialidad de la casa, los caracolillos. Y es que no se puede estar en todo, ¡hay mucho y bueno donde escoger! Ah, y también tienen un muy interesante menú del día a diez euros. Sin más dilación, la degustación pija:

Chipirones fritos. Se nota que son andaluces, pues la fritura es perfecta, la clavan. Muy buenos.

Pincho Moruno. La foto no le hace justicia, pues es un peazo banderilla. La carne estaba muy tierna y muy bien adobada. Viene acompañada de pan tostado. Muy bueno también.

Pulpo gallego. Pese a que no se trata de su especialidad, es un pulpo de nivel. Recuerdo alguno inferior en bares supuestamente gallegos.

Cazón en adobo. Otra gran fritura. Mi señora (con raíces en San Fernando, cuna del bienmesabe, que es como se conoce allá al pez espada en adobo) le dio su aprobación, si bien quiso dejarme claro que no estaba tan bueno como aquel. Pero ahí tenemos la batalla perdida: es muy difícil vencer tus recuerdos de infancia. Mi opinión: estaba buenísimo. Se deshacía en la boca.

Croquetas caseras de pollo. Bajonazo del quince: eran congeladas. Y además, malas. No sé si es que ese día no tenían y nos colaron estas o que habitualmente las sirven así, pero en cualquier caso está feo vender gato por liebre. Y puestos a poner congeladas, pon las del Mercadona,coño, que están más buenas. ¡Tirón de orejas!

Patatas bravas. Iré al grano: ¿superan a las del bar Lafuente? No. Dicho esto, reconocer que están muy buenas, con un corte plano (a mí me encanta) y bañadas en un allioli muy suave, con un toque de pimienta negra por encima. Cada vez que vuelva las pediré, por descontado.

Almejas a la plancha. Muy buenas. Las hacen con ajo y perejil. Cuando te las has pulido todas es obligatorio (al igual que con las patatas, me olvidaba) mojar pan hasta que hayas dejado el plato cristalino.


Las comparaciones son odiosas

Antes de acudir con mi señora, y sabiendo de su absoluta devoción por el bar Lafuente, ya le advertí: no te gustará tanto. Y así fue. Pero le gustó, de verdad. De hecho, al salir le pregunté si traería a sus padres a comer a El Cruce si algún día se da la ocasión y me respondió que sí. Prueba superada. Yo (y creo que también hablo por Jordi) soy de la opinión de que cuando algo te gusta mucho (pero mucho de verdad), cualquier cosa con la que lo compares saldrá siempre perdiendo. Siempre. Es lo que pasaba con el Barça de Guardiola. Eran tan buenos que parecía que sus rivales fueran unos peleles. Y no era así, claro. Las comparaciones son odiosas. Todas. Dicho esto, concluir que El Cruce es un bar morrocotudo y que merece ser visitado una y otra vez. Y el precio ayuda, amigos. La media (si vas de tapeo, ojo) es de unos quince euros por persona. Y eso está muy bien.  A Don Ramón, tan acostumbrado a pegarse el banquete padre en Jockey’s o en el Asador Donostiarra le hubiera parecido demasiado barato. Pero teniendo en cuenta también lo bon vivant  que era, se hubiera sentido muuuy a gusto entre las paredes de El Cruce. Seguro que sí. Don Ramón, sepa que cada vez que venga… me acordaré de usted. ¡Un brindis!


Bar El Cruce
Rambla de Sant Sebastià 102
Santa Coloma de Gramenet (Barcelona)
Tel. 934.683.017


viernes, 13 de junio de 2014

TAST A LA RAMBLA (BARCELONA, DEL 12 AL 15 DE JUNIO DEL 2014)



Hace unas semanas leí en la prensa que se iba a celebrar en nuestras acogedoras Ramblas una feria gastronómica que contaría con la presencia de un buen número de los mejores (o por lo menos, los más prestigiosos) restaurantes y gastro-bares de Barcelona. Solo echar un vistazo a la lista de los participantes, ya se me cayeron los cojones al suelo: Gaig, Cafè Emma, Nectari, Cañete, Dos Palillos, Freixa Tradició... ¡Vaya dream-team, colega! Se lo comenté a mi señora y, como era de esperar, estuvo de acuerdo en acompañarme a tan suculenta cita.

Ayer, jueves 12 de junio, decidí -sin que sirva de precedente, ojo- llevarme la cámara para inmortalizar nuestra experiencia y, en un plazo máximo de 24 horas, subir la correspondiente entrada Pija, más que nada para que todos vosotros, miembros y miembras de la comunidad pija, sepáis de qué va esta movida y, en caso de duda, mováis el culo para allá o, por el contrario, os quedéis en casa o donde sea , que también es una opción muy respetable. Dicho esto, aquí comienza la primera entrada-exprés en la historia de Sois unos Pijos. Vamos a dar una vuelta por el Tast a la Rambla.

Las casetas

La feria está situada al final (o al principio, según cómo se mire) de las Ramblas, entre la estatua de Colón, el Centre d’Arts Santa Mònica y el Museo de cera. Si no vivís por la zona, podéis ir en metro, la parada Drassanes, de la la linea 3, la verde, os deja justo allá. 
Nada más subir las escaleras del suburbano, tenéis a mano derecha las taquillas y la zona de degustación. A la izquierda, las casetas de la feria propiamente dicha. En sentido ascendente, es decir, comenzando por Colón, encontraréis la primera carpa, dedicada en su parte inferior a las tapas y a los platillos y en la superior a la cocina tradicional. Unos metros más para arriba, está la otra gran caseta, con las propuestas dedicadas a la cocina de autor y las paradas de las pastelerías. Entre medias, están las casetas de bebidas (vino, cerveza, cava y... batidos de chocolate. ¿Perdón?) y en la terraza del Arts Santa Mònica, las paradas de los participantes en el primer concurso de tapas de Tast a la  Rambla (ya os adelanto que no fuimos, el tiempo y, sobre todo, el presupuesto, son limitados). Aquí podéis descargaros el mapa del recinto y la lista de tapas.

La primera, en la frente

Antes de entrar en materia, comentemos la cuestión económica. Es una feria caro-barata. Me explico: cada tapa vale 4,50 euros. Y si compras un pack de cuatro tickets, que vale 16 euros, cada tapa te sale por 4 euros. Por una parte, es barata por que te permite catar creaciones de unos cuantos cracks de nuestra gastronomía (en su inmensa mayoría, fabulosas) sin tener que dejarte un riñón en sus respectivos restaurantes. Pero por otro lado, es caro, pues algunas de las raciones son ridículas. Vuelve a ser barato cuando pensamos que, por 16 euros, comes tres platillos y un postre (o bien cuatro platillos) y te quedas bien, como es nuestro caso. Pero nuestro bolsillo se vuelve a quejar si sois como mi buen amigo Isaac, que necesitaría del orden de diez tickets (como mínimo) para salir bien servido. Dicho de otro modo: si os gusta probar cosas nuevas y que vuestro paladar salga de la rutina del tupper por la puerta grande, esta es vuestra feria. Si, por el contrario,  las palabras costellada y/o allioli, están en lo más alto de vuestro credo gastronómico, huid, no os gustará nada.

Mención especial merece lo de la bebida. A ver: birras, refrescos y agua a dos euros... bueno, no es que esté precisamente tirada, pero tampoco es un atraco a mano armada. Se puede consentir, esto es Barcelona y todo vale un riñón. Pero lo de cobrarte a parte -y de forma obligatoria, ojo- la copa de cristal -sí, amigos, repetimos COBRARTE A PARTE LA COPA DE CRISTAL- para beber vino y/o cava... eso es muy ruin. Qué coño... ¡es puro chantaje! ¿Quieres vino o cava? Paga la copa. ¿Que no quieres pagarla? Pues bébete una Coca-Cola, pringao. Luego no me extraña que los catalanes tengamos mala fama, joder. Seguro que los organizadores - el grupo GSR y la asociación Amics de la Rambla- saldrán con el cuento de que estos platos tan ricos merecen una bebida a la altura, la cual, claro, ha de servirse en un recipiente de cristal. No me jodas, Rafa: la comida y la cerveza las servís en recipientes desechables, así que no cuela. O todos moros o todos cristianos. Y ya no es por el importe de la copa -feísima, por cierto-, que vale 1,5 euros, es que son de esas cosas que tocan, con perdón, los huevos. Vaya saca-cuartos... Bien, después de estos breves instantes de desahogo, vamos a por lo realmente interesante, ¡la manduca!

The magnificent... ten!

Si los bolsillos de la pareja Pija por excelencia hubieran estado repletos de fajos de verdes como los que llevaba el ínclito Jesús Gil, hubiéramos visitado la feria las cuatro jornadas, pero como no es el caso, nos hemos conformado con venir dos días, jueves y viernes, ambos al mediodía. Imaginamos que por la tarde-noche, cuando la gente sale de trabajar, la cosa se animará, pero estos dos días apenas hemos encontrado colas. Supongo que a partir de esta noche -y ya no os cuento el fin de semana- la presencia de público se multiplicará por tres o por cuatro.

No voy a enumeraros todos los establecimientos participantes y/o sus propuestas -la lista, aquí- por que sería un rollo. Mejor que investiguéis, mola más. Y ahora sí, sin más dilación, vamos con los diez-magníficos-diez de los Pijos (entre paréntesis, el restaurante que lo cocina).




Mollete de pringá a la andaluza (Bar Cañete)

La del Cañete es una de las ausencias más injustificables de de Sois unos pijos. Merezco el insulto y el desprecio por parte de la comunidad pija por no haber dedicado jamás ni una mísera linea (¡ni siquiera una mención!) a este templo de la tapa y el platillo de qualité. En espera de que yo mismo le haga justicia, deciros que este mollete estaba de puro vicio, pero tenía un pequeño problema: que es minúsculo. Dos bocaos y fuera. Si tenemos en cuenta el tamaño, este es de los caros.


Arroz con pulpo y toque de patata con pimentón de la vera (Ca la Nuri)

Sin embargo, este es de los baratos. La foto engaña, es una ración generosa, suficiente. Y estaba delicioso. Y es que Ca la Nuri hace muy buenos arroces. No son los mejores de Barcelona, ni mucho menos, pero ahí están, dando la cara.


Bocadillo de ibérico con salsa de huevo (L’Eggs)

Disparidad de opiniones ante la propuesta del santuario avícola del gran Paco Pérez. A mi señora no le gustó nada, dice que era muy grasiento y que, además, su nombre llevaba a engaño, pues ella por ibérico entiende jamón, no carne de cerdo. Respecto a lo segundo, totalmente de acuerdo, pero respecto a lo primero... Yo prefiero calificarlo de potente. Es pequeño, pero teniendo en cuenta su alto contenido en proteínas, mejor así. A mi, por cierto, me encantó.


Mojito japonés (dos palillos)

Desde el día que vi en un programa de Canal Cocina en qué consistía la propuesta de Albert Raurich (ex-jefe de cocina del mítico Bulli), el dos palillos (así, en minúsculas) está  arriba del todo en nuestra lista de pendientes. Cocina de autor a medio camino entre Japón y Catalunya. Su propuesta consistía en un mojito que llevabaaa... ¡hostia, pues me he olvidado! Recuerdo una planta muy parecida a la menta, lima y un par de dados de sandía. Es igual, estaba espectacular, ideal para bajar el bocata del Eggs. De largo, nuestro favorito de toda la feria.


Sacher (Canal)

El postre del jueves fue una ración de una de mis tartas favoritas, la Sacher. Ya sabéis, chocolate negro por un tubo atravesado, en esta ocasión, por un par de capas de mermelada de frambuesa. Exquisito. No conocía esta pastelería. Habrá que visitarla un día de estos.


Salmorejo, anchoa ahumada y queso Rey Silo (Llamber)

Otro de nuestros hits de la muestra. Estaba delicioso. Mención a parte para el queso Rey Silo, asturiano, de vaca, muy cremoso. Gran-gran combinación.


Canelón tradicional con bechamel de trufa (Gaig)

Desde que supe quienes iban a ser los participantes, tuve muy claro que el famoso canelón de Carles Gaig iba a caer. Y cayó. Ración pequeña pero grande, ya me entendéis. Una auténtica delicatessen.


Mejillones con verduritas encurtidas y salmorejo texturizado (La taverna del Clínic)

Otro plato señalado en rojo en la lista pija. Al Pijo mayor le chiflan los mejillones. Y da fe de que este plato (de los caros, ración minúscula) justifica una visita a este local que conocía de varias reseñas en la prensa, todas muy positivas. Iré reservando mesa.


Taco Cat de butifarra desmenuzada (Cata 1.81)

Un gran colofón para la segunda y última jornada. Muy sencillo, una simple tortilla mexicana con butifarra desmenuzada, especiada y con un chorrito de salsa, nada picante. Después de esto, solo cabía el postre.


“Willy Tonka” (Oriol Balaguer)

Gracias a esta feria me he ahorrado una viaje a la parte alta de Barcelona para degustar los postres de esta figura de la repostería catalana. Una bomba-homenaje al gran Willy Wonka a base de chocolate, caramelo y demás sustancias jode-muelas. Muy-bueno, sí señor.



La crujida

La dolorosa -como dice mi gran amigo Oriol- subió, sumándolo todo, a los 45 ecus, es decir, 22,5 euros por barba. Visto a posteriori no me parece caro, la verdad, pero vuestra estimación dependerá de lo que ya comenté más arriba.

Recapitulando, podemos decir que ha sido una experiencia positiva, si bien la organización debería mejorar algunas cosas de cara a la próxima edición. Sin ánimo de ir de listos -que coño: sí que vamos:

- Estaría bien que pusieran sillas y/o bancos. Las degustaciones han de hacerse, por fuerza, de pie. A mi, personalmente, no me importa, pero habrá personas -sobre todo, la gente mayor- que no pueden estar de pie tanto rato.

- También estaría muy bien que pusieran más zonas de sombra. Si la zona de degustación está llena, puedes acabar desintegrándote por el calor.

- Lo de la copa de cristal. No más timos, por favor. Compren de plástico, en los chinos tienen. O pónganlas de cristal pero no las cobren.

- Los precios. Está muy bien lo de unificar precios para evitarse jaleos, pero no es justo que dos croquetas valgan lo mismo que un platito de arroz. Con dos tarifas sería suficiente. ¿Qué tal una a 3 euros y otra a 2? Solo es por decir, ¿eh?

En fin, si vais, ya nos contaréis. Recordad que acaba este domingo por la tarde. Los pijos esperan vuestro veredicto. Salut!


http://www.tastalarambla.cat/


jueves, 24 de abril de 2014

CA LA JADI


Seguro que os ha pasado un montón de veces. Al lado de donde vives, del trabajo o de casa de los suegros siempre hay algún negocio que conoces de vista, pero al que, por una razón u otra nunca te has decidido a entrar. Eso si os habéis fijado, claro, porque os puede pasar como a mí, que soy capaz de pasar tres mil quinientas treinta y tres veces por delante de una calle cualquiera y darme cuenta una tarde de que allí hay un local donde arreglan zapatos o una tienda donde venden placas base de ordenadores. Ca la Jadi, el restaurante que nos ocupa hoy, estaría en el segundo grupo, el de los locales digamos fantasmas. ¿Siempre ha estado ahí? ¿No es nuevo? A ver, tengo que reconocer que la calle donde se ubica, la del Marqués de Campo Sagrado, no es precisamente el Paseo de Gràcia. Pese a ser una calle bastante ancha, no anda muy sobrada de atractivos. O mejor dicho, para que no se me enfaden sus vecinos, no tiene nada que no tenga otras trescientas calles de Barcelona. Es una calle normal. Así, a bote pronto, recuerdo que hay un Caprabo, una tienda de instrumentos, dos o tres bares, un mecánico, un par de badulakes y… poco más. Precisamente por eso, y a pesar de que es la calle que hay justo detrás de la mía, no la he transitado demasiado en los últimos nueve años, que son los que hace que vivo en el barrio. Estas cosas pasan, qué queréis que os diga. Pero el destino quiso que una tarde nuestra amiguísima Ka se empeñara en tomar un café con mi señora en la terraza de un bar que hay en dicha calle, entre las de Comte Borrell y la ronda de Sant Pau. Mi señora, pese a no haber probado bocado, volvió de allí encantadísima, tanto que una vez se despidió de Ka, vino a casa a buscarme y me dijo: abuelo (sí, me llama así), vístete que te voy a invitar a cenar. Es un sitio que hay aquí detrás y te va a encantar.

¿Está en esta calle?

Cuando me dijo aquí detrás pensaba que se refería al Paralelo o a otro sitio cercano, no a la calle de detrás de casa. Me comentó que había estado tomando un café con Ka en un bar al que nunca habían ido y que les había encantado el trato que les dispensó su dueña, una señora marroquí llamada Khadija (para vuestra información, la Kh en árabe se pronuncia como la J española, de ahí que el nombre de su establecimiento, para ponérnoslo fácil, ya esté adaptado a nuestra pronunciación). Esta, a su vez, les preguntó si querían cenar pues, de ser así, podía ofrecerles un buen número de especialidades árabes. A mi señora eso le dio buenas vibraciones, por lo que no lo dudó ni un instante y se fue a por el Pijo Mayor. Cuando llegué allí recuerdo que le pregunté a mi señora en voz alta ¿aquí hay un bar marroquí? Tal como ya os comenté en la entrada del Rincón Persa estamos acostumbrados a que los restaurantes exóticos (árabes, asiáticos, sudamericanos…) tengan una estética muy definida, mayormente kistch. Pues con Ca la Jadi no pasa eso, pues es un bar normal y corriente que no llama la atención por nada en particular. Nos sentamos en su terraza y pensé: la de veces que habré pasado por aquí y ahora me entero de que aquí hay un bar marroquí. Pues lleva ahí… ¡desde 1993!

Las apariencias engañan

A Ca la Jadi habremos ido unas siete u ocho veces y nunca hemos comido o cenado dentro. De hecho, solo hemos entrado para pagar o para ir al lavabo, porque su terraza está abierta todo el año y, la verdad, se está muy a gusto en ella. El interior es un espacio bastante pequeño con un par o tres de mesas sencillas a cada lado de la pared, con la barra y la cocina al fondo a mano derecha. Paredes pintadas en un tono claro con un par de cuadros colgados en cada una. Y nada más. Y es que no lo necesita. Cuando se come bien nunca se necesita.

La terraza, por su parte, está cubierta por una carpa blanca y dispone de cuatro mesas, dos de ellas dobles, todas con mantelitos de color fucsia. Teniendo en cuenta el espacio del que dispone quizás habría cabido alguna mesa más, pero así está bien, pues la sensación de amplitud, ergo de comodidad, es absoluta. Y se agradece, sobre todo si, como a nosotros, los Pijos, no os agradan demasiado las conversaciones ajenas a todo volumen así como las mesas con fumadores empedernidos. 

Aquí come todo el mundo

Mi padre es de la vieja guardia. Es complicado llevarle a comer fuera porque sus gustos culinarios son un poco, digamos, monolíticos. O no, ahora que lo pienso: como tanto él como yo tenemos muy claro lo que nos gusta comer y lo que no, me limito a llevarle a los sitios donde sé que le van a servir platos de su agrado. A mi padre le sacas de los macarrones con tomate, el codillo con patatas y la paella de los domingos… y tienes un problema. Pues bien, ese problema no lo tendría si lo llevara a Ca la Jadi, porque pese a ser un establecimiento especializado en cocina árabe, su carta tiene un buen número de platos autóctonos. Y me parece una buena idea, qué queréis que os diga. Si te apetece comer árabe y tu acompañante es como mi padre, lo llevas a Ca la Jadi ¡y todos contentos!
Dicho esto, no os puedo contar demasiado sobre los platos españoles –o mediterráneos, como consta en su carta-, más que nada porque en nuestras visitas siempre hemos tirado de especialidades árabes. Tienen bocatas fríos y calientes (los típicos), tapas (las típicas) y su menú diario (a 9,50 euros, si no recuerdo mal) siempre incluye, al menos, un primero y un segundo a base de pasta, carne o pescado. 

A taula complerta

En homenaje a la descubridora de nuestro protagonista de hoy, decidimos visitar Ca la Jadi acompañados de Ka y, por unanimidad, decidimos pedir un poco de todo, como si de un menú-degustación se tratara. Aconsejados por la propia Khadija, nos decantamos por tres entrantes para compartir, un primer plato exclusivo para mí (no olvidéis que soy un pijo) y, para acabar, un plato principal para cada uno. Antes de comenzar, nos trajeron un platito de olivas aliñadas marroquíes, un poco picantes. A mí me encantan. Los entrantes fueron un plato de hummus (excelente, con su pan de pita correspondiente), unas samosas de verduras (empanadillas fritas, buenísimas, con una fritura perfecta y con una salsita picante servida a parte) y un plato de berenjenas al vapor con especias (acompañadas con unas rebanadas de pa amb tomàquet. A mi señora le chiflan. Y a mí, también). Mientras mis acompañantes departían sobre la vida y sus cosas, yo me trinqué uno de mis platos favoritos de Ca la Jadi, la sopa harira, un caldo típico marroquí hecho a base de pollo, legumbres, verduras y especias. Al igual que el consomé de verduras del Celler de can Roca, podría comerla a diario los próximos veintitrés años. Y pasando al plato principal, los tres nos pedimos un cuscús (de pollo para mi señora, de ternera para Ka y de verduras para un servidor), todos servidos en su recipiente típico, ese que parece la sordina de una trompeta. ¿Y cómo están los cuscús? Pues pa’ chillarles, claro. Muuuuy buenos, de verdad. Y es que estamos hablando de cocina casera, una cocina casera hecha con mucho amor. Y se nota. Khadija siempre –repito, siempre- se acerca por nuestra mesa para preguntarnos si todo está siendo de nuestro agrado. Y es imposible que no sea así. 

Y en la próxima visita…

Mientras degustamos su riquísimo té con menta (Khadija nos dijo que las propias hojas de menta se las habían traído de Marruecos), comentamos que en futuras visitas a Ca la Jadi (que las habrá, por supuesto) seguiremos explorando otros platos que todavía no hemos catado, como los tajines (estofados de carne y/o verdura), la bastela (una pasta de hojaldre con pollo) o la baisara (una crema de guisantes y habas). Ah, y sus postres, esas cosas que los Pijos nunca llegan a probar porque llegan extenuados al final de sus ágapes.

La minuta ascendió a 53,05 euros, es decir, a poco más de 17 euros por persona. Como veis, está muy bien de precio. Y si vienes al mediodía y te decantas por el menú, todavía más, puesto que por menos de diez euros comes como un señor a base de platos árabes caseros. Y si a todo esto le sumas el trato prácticamente familiar tanto por parte de Khadija como de su hijo, que la ayuda en la cocina y sirve las mesas, la cosa está clara, ¿no? La calle del Marqués de Campo Sagrado ya no es ese par de manzanas que cruzo para llevar las pilas al Punt Verd. Ni es donde está el Caprabo. Es, sencillamente, la calle donde está Ca la Jadi.

Ca la Jadi
c/ Marqués de Campo Sagrado 25
Barcelona
Tel. 935.287.705
www.calajadi.com