martes, 5 de junio de 2012

CHICOA


¿Cuál es vuestro día favorito del año? Va, seguro que tenéis alguno. Un cumpleaños, un aniversario, el último día de curro antes de las vacaciones, el día que comienzan las fiestas de vuestro pueblo... Nosotros, los Pijos, tenemos cuatro, a saber: el día de Reyes (ver la entrada del restaurante Capritx), la Diada, nuestros respectivos cumpleaños y... el día de Sant Jordi. Es cierto que es una fiesta cada vez más comercial y menos romántica, el auténtico día grande de la industria del libro, pero no es menos cierto que si te abstraes de las aglomeraciones del centro y de los -muy pesados, francamente- vendedores ambulantes de rosas, es un día bonico-bonico de verdad: aunque suene muy cursi, ¿no es algo bello que dos personas enamoradas se regalen flores y libros entre ellas? ¡A nosotros nos parece algo inigualable! Salir de casa, con un sol radiante -bueno, eso si hay suerte, recuerdo más de un Sant Jordi pasado por agua-, caminar tranquilamente hacia el centro y pasar por delante de las paradas de libros y rosas, envueltas todas ellas en senyeres inmensas, ver las terrazas llenas y un montón de gente paseando y, cómo no...¡comer fuera de casa! ¿O es que esperabais menos de los Pijos?


Una tradición es una tradición


Así es: al igual que todos los lunes vamos al Cera 23, cada 23 de abril vamos a comer fuera. Durante nuestros primeros Sant Jordi, no fuimos a ningún lugar en especial -de hecho ni los recuerdo-, pero con el tiempo sentimos la necesidad de fijar un restaurante (o más de uno) que fuera infalible, es decir, un establecimiento de confianza que no nos arruinara un día tan especial para nosotros. Porque imaginaos por un momento que vamos paseando tranquilamente, yo con mi libro y mi señora con su rosa y su libro (sí, yo soy de los que le regalo las dos cosas), y cuando llega la hora de comer nos paramos a comer en un sitio cualquiera en el que acabamos ingiriendo una ensalada insípida y un filete reseco... nos iríamos a casa con la sensación de haber dejado a medias un día que debería ser perfecto, que tiene que ser perfecto. Así que, para evitar una (hipotética) situación tan desagradable como esta, lo mejor es ir a lo seguro, ir a un lugar donde sabes que es imposible que no salgas, como mínimo, igual de feliz que como entraste. Ir a nuestro santuario de la calle Aribau. Ir, en definitiva, al Chicoa.


Como en casa, oiga


Nuestro primer Sant Jordi en el Chicoa fue hace unos cinco años. Lo recuerdo como si fuera ayer porque fue un día muy bonito, muy especial. Aunque no habíamos ido nunca, en ningún momento tuvimos esa sensación de riesgo de la que os hablaba más arriba, puesto que todas las críticas que habíamos leído eran muy positivas y, lo más importante, nuestro instinto pijo nos indicaba que ese restaurante era el restaurante.

Tras el preceptivo paseo matutino y un divertido encuentro con mi admirado Kiko Amat (que me dedicó su Cosas que hacen bum), enfilamos nuestros pasos hacia el Chicoa. La entrada recuerda un montón a la de las típicas masías donde ir a hacer una costellada, muy rústica. Una vez pasado el umbral de la puerta, vas a dar a una especie de recibidor con una pequeña barra a la izquierda y con otra puerta al fondo. Allí te atiende el camarero para confirmar tu reserva -prácticamente imprescindible: casi siempre está lleno- y darte paso, ahora sí, al restaurante propiamente dicho. Si la memoria no me falla, hay un comedor en medio, otro a la derecha y otro arriba. A nosotros, el que más nos gusta es el de arriba porque es amplio y muy tranquilito. La decoración es un poco demodé, con madera, cuadros y tal, pero no es para nada opresiva, en todo momento te sientes muy cómodo, como si estuvieras en tu propia casa. Contribuyen a ello la correcta iluminación, la mantelería blanca de toda la vida y, sobre todo, el magnífico servicio. Como diría el ministro Arias-Cañete, los camareros del Chicoa son de los que ya no quedan.


¡Bacalao, bacalao!

La carta del Chicoa -que yo recuerde no tienen menú de mediodía- es cocina catalana pura y dura, es decir, una absoluta delicia: canelones, caracoles, esqueixada, arroces, alcachofas, una gran variedad de carnes (incluido el steak tartar) y de pescados, entre los cuales sobresalen (redoble de tambores, por favor) los bacalaos.

Así es, la especialidad de la casa es el bacalao, y lo cocinan de muchas formas distintas: a la plancha, con samfaina, con garbanzos y col, gratinado al all i oli con langostinos, al vapor, a la empordanesa (con ciruelas, pasas y piñones)... En el Sant Jordi de este año, me decanté por el gratinado al all i oli, un auténtica orgía catalano-bacaladera que estaba para cantarle una saeta. No hay duda: si os gusta el bacalao, Chicoa is the place.

Ese mismo día comí, de primero una parrillada de verduras con romesco, muy buena, y mi señora unos espárragos a la parrilla, también excelentes. De segundo, se pidió una cueta de rap al horno, deliciosa (la probé, naturalmente). Mención aparte merecen las croquetas de  ceps que pedimos como aperitivo, unas auténticas delicatessen de la fritura  que forman parte, desde ya, de la santísima trinidad croquetera de Barcelona junto a Freixa Tradició y la Fonda Gaig (comentaros que mi señora, una vez más, fue más lista que yo, puesto que mientras ella se comió sus dos croquetas con suma delicadeza, yo las devoré en un segundo, pasando a sufrir  de forma inmediata una horrible tortura, al ver cómo se las acababa muuuuuuuy lentamente).


La gran familia

Como suele ser habitual tratándose de los Pijos, no comimos postre, no nos cabía. Y respecto a la bebida, lo habitual: dos cervezas sin alcohol y una botella de agua. Si a todo esto le sumamos los cafés, la minuta se elevó hasta los 90,05 euros. Está claro que no es un restaurante para ir a comer cada día, pero si te lo planteas como nosotros, como una comida especial en el marco de un día muy especial, vale la pena con creces. Ahora que lo pienso, sí que tienen clientes que tienen pinta de ir cada día o, si no cada día, cada semana. Y es que la clientela del Chicoa es muy familiar. Gente con posibles, como se decía antiguamente, pero familiar. De hecho, de las tres veces en las que hemos comido allí, no recuerdo no habernos topado en alguna ocasión con un grupo de cinco, seis o más personas, con la figura omnipresente de la iaia presidiendo la mesa. En definitiva, familias que quieren comer bien en un entorno cómodo y, sobre todo, de trato cercano. Como dato curioso que corrobora todo lo anterior, deciros que he leído un par de veces por ahí que el dueño, al parecer gran aficionado a la magia, suele pasearse por las mesas de los clientes al final de su comida para mostrarles un par de trucos de cartas y similar. ¡A ver si tenemos suerte la próxima vez y nos echamos unas risas entre el café y la copa!




Chicoa
c/ Aribau 73
Barcelona
Tel. 934.531.123
www.chicoa.es