martes, 21 de febrero de 2012

PIAZZA GRANDE


Todo era de color gris. Las calles, los edificios, los coches, las personas… Insisto: todo era de color gris. O así es como lo recuerdo. En 1979, Poblenou no era un barrio, era casi el extra-radio. De hecho,  la línea 4 del Metro finalizaba en Selva de Mar, a tan sólo una parada de la de Poblenou. ¿He dicho Poblenou? Quería decir Pueblo Nuevo, porque por aquel entonces ningún barcelonés sabía lo que era aquello, Poblenou. Sin embargo, si se lo decías en castellano, sabía de inmediato de qué le estabas hablando. Tan claro lo tenían algunos que, al decirles que vivías allí, sus caras adoptaban de inmediato un gesto a medio camino entre el rechazo y la condescendencia. Lo primero se explica porque era un barrio que, por aquella época (como tantos otros, para qué vamos a mentir), estaba dejado de la mano de Dios: a duras penas comunicado con el centro de la ciudad, calles mal asfaltadas, aceras llenas de socavones, fábricas que languidecían, equipamientos públicos inexistentes… (tan sólo os digo que Perros Callejeros, el auténtico tótem del cine quinqui, ¡se rodó allí! Así es: la mayoría de gestas del Torete, del Fitipaldi o del Pepsicolo tuvieron lugar  en Poblenou. De hecho, el centro de menores –que más tarde pasaría a ser la cárcel de mujeres de Wad-Ras- también se encontraba en el barrio). Y lo segundo venía a ser consecuencia de lo primero. No era el Bronx, tampoco hay que exagerar. Pero casi.


Homenaje a Poblenou

Lo que ignoraban todos aquellos que miraban el barrio por encima del hombro es que, entre otras muchas cosas, la revolución industrial barcelonesa comenzó aquí (de hecho, a Poblenou se le llegó a denominar el Manchester català), que su fiesta mayor tenía más de 150 años de historia y que, si hubo alguna vez un barrio libertario, éste fue Poblenou, epicentro del anarquismo ibérico (y diría incluso que europeo) de finales del siglo XIX y principios del XX. En fin, un barrio lleno de historia e historias. Pero no nos engañemos: cuando tienes seis años, te arrancan sin explicaciones del barrio de Gràcia y te meten en un piso oscuro en medio de aquel paraje gris, tan sólo te vienen a la mente cinco-palabras-cinco: me cago en mi vida.
En efecto: mudarte a Poblenou, en 1979, significaba irte a vivir al fin del mundo.  Al culo del mundo. Y es que lo que decía al principio del color gris era cierto: de camino al colegio no veías más que agencias de transporte, fábricas (la mayoría hechas polvo) y camiones, decenas de camiones, ¡cientos de camiones! Y si te acercabas a la playa, la depresión ya era total: cascotes por todos lados, búnkers de la guerra civil medio derruidos, alambres, piedras… Si caminabas un ratico hacia el norte, ibas a parar al camp de la bota (conocido entonces como Campo’la bota), un asentamiento de chabolas , la mayoría habitadas por familias gitanas, que había sido erigido sobre un antiguo campo de fusilamiento de desafectos al régimen franquista. Y si tirabas hacia el sur, acababas por darte de bruces con el Somorrostro, otro núcleo chabolista (en el que nació, por cierto, la inolvidable bailaora Carmen Amaya).

Pero las cosas fueron mejorando con los años. Poco a poco, y gracias a las reivindicaciones de l’associació de veïns del Poblenou por un lado y de las Olimpiadas del 92 por el otro (y, es de justicia decirlo, del ayuntamiento socialista de Pasqual Maragall), el barrio fue cambiando progresivamente.  El instituto, la apertura al mar (con unas playas, ahora sí, como Dios manda), los parques, la desaparición (o reconversión en equipamientos públicos) de la mayoría de fábricas y agencias de transporte… vaya, que nos dejaron el barrio niquelao. Por eso, cuando después de treinta y dos años me mudé a mi actual barrio, me dio un poco de penita. Dejaba atrás un lugar, ahora sí, precioso, luminoso, tranquilo, bien comunicado, un barrio donde se vive, hablando claro, de puta madre. Ah, y donde también se come muy bien. Podría hablaros del  Recassens, del  Bar Andalucía, de El Safreig… Pero no. Otro día ya os hablaré de ellos en este, vuestro blog, pero hoy no. Porque hoy toca hablar de un pedacito de Italia en medio del Poblenou. Hoy toca hablar del Piazza Grande.



Piazza Pizza

Yo le cambiaría el nombre al restaurante. A ver, Piazza Grande está bien pero Piazza Pizza molaría más. Por dos motivos: el primero, porque suena mejor. Y el segundo, porque piazza no me suena a plaza (supongo que utilizaron la palabra porque el restaurante está ubicado en una plaza, la de Julio González, concretamente) sino más bien a peazo, en definitiva, a peazo pizza. ¡Y es que las pizzas de este establecimiento son enormes! Pero no adelantemos acontecimientos…

Para ir al Piazza Grande tenéis que coger el Metro y bajaros en la parada Poblenou (línea 4). Una vez salgáis, cruzáis la calle Pujades y bajáis la calle Bilbao un par de manzanas en dirección hacia el mar. Tras cruzar la calle Ramon Turró, ya estaréis en la plaza de Julio González, y allí, a mano izquierda, tenéis el restaurante. La plaza, para qué nos vamos a engañar, es una birria, en la línea de las nefastas plazas duras con las que nuestro queridísimo ayuntamiento socialista tuvo a bien obsequiarnos durante dos largas décadas (sí, no todo lo que hicieron en Poblenou estuvo a la altura), pero es muy tranquila y (muy importante) soleada, por lo que os recomiendo que,  si la climatología acompaña, comáis en la terraza: os aseguro que comer bien en completo silencio es una experiencia de lo más gratificante.  De verdad.


 
Una vez te traen la carta, primera buena noticia: tienen menú de mediodía a 11,50 euros, el cual puede consistir en dos platos más postre/café y bebida o bien en una pizza de la carta (tope 11 euros) con postre/café y también bebida. Cualquiera de las dos opciones son buenas, pero para aquellos que no les apetezca pizza, sabed que los dos platos del menú suelen consistir en especialidades italianas de calidad (aunque esto último que acabo de decir puede sonar absurdo –sí, ya sé que en los restaurantes italianos se suele comer comida italiana- no lo es en absoluto: la cantidad de veces que he pedido menú en un italiano y los platos fuera de la carta consistían en poco más que una ensalada insípida y en un filete seco con patatas congeladas…). Sin ir más lejos, la última vez, mi señora se pidió de primero unos gnocchi sorrentina, a base de tomate y mozzarella gratinada, que estaban –doy fe de ello- de rechupete, y de segundo una mini-pizza calzone rellena de requesón y jamón cocido. Un servidor, por su parte, se calzó una pizza cuyo nombre, para variar, no recuerdo, pero sé que llevaba queso fontina y que, también para variar, estaba de película. Porque, como ya os comenté en la entrada del restaurante Bun Bo, yo soy más a tiro fijo y me cuesta cambiar de plato cuando algo me gusta mucho. Y os aseguro que estas pizzas me gustan…¡me gustan muchísimo! De hecho, en mi particular ranking pizzero barcelonés, el Piazza Grande ocupa actualmente el número 1 indiscutible, seguido muy de cerca por el que parecía que iba a ser el eterno líder de la clasificación, el igualmente genial –y legendario- La Bella Napoli (de este también os hablaré otro día, se lo merece). Ah, y como adelanté más arriba (podéis comprobarlo en la foto) son-muy-grandes. A mi, la verdad, cada vez que cuesta más acabármelas. Y respecto a la carta, está llena de platos ricos-ricos a muy buen precio. Uno de los que caerá más pronto que tarde –lo juro: la próxima vez no pediré pizza- será el de spaghetti ai frutti di mari. ¡Schhhhllllurps! Mi señora, en anteriores visitas, dio buena cuenta de diferentes platos de pasta, a cada cual más bueno. Palabra.



¡Y volver, volver, volveeeeer…!


Tras el café –bueno el solo de mi señora, flojito mi cappucino- y pagar la cuenta -23 euros justos- procedimos a ir chino-chano hacia la parada de Metro. Aquel día sé que volvimos a casa enseguida porque teníamos algún compromiso, pero es muy recomendable –de hecho es lo que solemos hacer- dar un paseo en dirección a la Rambla de Poblenou y, desde allí, hacia la playa. Con el sol de media tarde y la –generalmente suave- brisa marina acariciándote la cara, la pizza se digiere mejor, ¡dónde va a parar! Y justo durante esos paseos, voy pasando revista a los edificios que ya no están y me doy cuenta de cómo ha cambiado mi barrio. Porque, sí, Poblenou es mi barrio. Y siempre lo será. Aunque ya no viva en él.








Piazza Grande
Plaza de Julio González 10
Barcelona
Tel. 932.214.132
www.piazzagrande.es


 


P.d.

Cuando estoy repasando el texto, me da por pasarme por la web del restaurante y me topo con esto. Cito textual: “si quieres disfrutar de un restaurante italiano auténtico, así como hacen los jugadores del CF Barcelona, Piazza Grande es tu restaurante”. Ni que decir tiene que nunca me he encontrado con Xavi, Messi o Puyol  comiendo en el Piazza Grande, pero si algún día se produce ese acontecimiento planetario, habrá que convertir este restaurante en un lugar sagrado. ¡Como mínimo!

4 comentarios:

  1. Apoteosica biografia de Pueblo nuevo!!!
    Me he visto iendo al colegio Lope de vega desde Bach de roda,que es donde vivia!El bar Andalucia!Ultramitico!!!Mi padre era muy amigo del dueño.Interesante blog!Un saludo.

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  2. ¡Me alegro de que te haya gustado! Poblenou is the place!

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  3. Hola de nuevo,soy el del comentario anterior.Si vienes por la garrotxa (que es donde vivo ahora)te recomiendo que comas en CAN PO un restaurante que esta en Rocabruna(Camprodon),seguro que repites!Un saludo

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