martes, 24 de marzo de 2015

BAR CAÑETE



Fue una recuperación instantánea, milagrosa. Nunca me había sucedido algo igual. Aquella mañana, mi señora me dijo que me fuera preparando, por que en poco más de tres horas iríamos a comer a un restaurante sorpresa, pagando ella. Debería haber encajado la invitación con hurras y vítores, pero no fue así: la cena de la noche anterior (ahora no recuerdo en qué consistió) me había dejado el estómago un poco... rarito. Alguien con dos dedos de frente hubiera propuesto posponer la salida gastronómica a otro momento, cuando estuviera en plenas condiciones gástricas, pero un Pijo no hace eso JAMÁS. Se juega el honor. Así que puse la mejor de mis sonrisas y le dije que sí, que encantadísimo. A medida que pasaron los minutos, mis sensaciones apenas cambiaron. Fuimos andando -estaba a unos veinte minutos de casa- y durante el trayecto me iba cagando en mi propia vida, puesto que si la propuesta era, digamos, exótica (india, mexicana...) el ágape podía convertirse en algo similar a un dead man walking, solo que en esta ocasión en lugar de una silla eléctrica lo que me estaría esperando al final del recorrido sería la taza del retrete. Cuando llegamos al Bar Cañete no diré que la preocupación desapareciera... pero comencé a sentirme un poco más relajado. Tras hacer nuestra comanda, le fui dando sorbitos muuuuy pequeños a la caña de cerveza que me había pedido. Y de pronto, llega nuestro primer plato: las zamburiñas. Os lo juro: fue olerlas y mi estómago se puso firme y en perfecto estado de revista. Lo normal es que me hubieran entrado arcadas, pero pasó todo lo contrario, mis molestias estomacales se esfumaron en 0,00003 nano-segundos. Aquello, como os decía hace un momento, fue un milagro. Un puto milagro.


Los gurús

Diría que la primera vez que leí algo sobre el Bar Cañete sería en la sección gastronómica de Pau Arenós en El Periódico, pero no estoy seguro. A mi señora, no lo olvidemos, la artífice de nuestra primera visita, le habló de él nuestro gran amigo Jordi, un bon vivant que alguna que otra vez ya nos ha llevado por el buen camino. Le dijo que no era barato (y es así, pero de eso ya hablaremos más tarde) pero que valía mucho la pena. Y mi señora, que como buena Pija que es siempre está abierta a todo tipo de recomendaciones, vengan de donde vengan, decidió guardarse la carta Cañete para una buena ocasión. Supongo que en otro tipo de contextos será exactamente igual, pero en el mundo del buen comercio, con el tiempo, vas tejiendo una red de informadores, de gurús (me gusta llamarlos así) con los que irías hasta el infierno, porque sabes que sus sugerencias son fiables en un 99,9%. Y en el caso de Jordi (o del propio Arenós) es así. Qué coño: Jordi vive en París desde hace un tiempo y desde allá... ¡sigue recomendándonos sitios en Barcelona! ¡Hay que joderse!


Una señora barra

El Bar Cañete (situado en el barrio del Raval, a pocos metros del teatro del Liceu) es lo que actualmente se conoce como un gastro-bar, en cristiano, un bar donde se come bien. Pero no bien de menú de 9,95 (de estos, afortunadamente, hay mogollón) sino bien de restaurante de categoría, con una propuesta gastronómica que difícilmente hallarías en un bar cualquiera. Como todo bar que se precie, el Bar Cañete tiene una buena barra de madera, una señora barra, que es donde se concentra el grueso de su actividad. Tienen dos o tres mesas de cuatro comensales entrando a mano izquierda, pegaditas a la pared, solo a tu alcance si reservas (ojo: solo admiten reservas para esas mesas, para la barra, no. Ya sabéis: maricón el último). Al igual que en algunos japoneses (el Can Kenji, por ejemplo), comer en la barra mola más, porque tienes la cocina a la vista (prácticamente la puedes tocar) y puedes ver cómo trabaja el ejército de cocineros, pinches y camareros, estos últimos vestidos como le gusta al ínclito ex-ministro de agricultura (e insaciable devorador de pepitos de ternera) Miguel Arias Cañete (acabo de darme cuenta de que su segundo apellido coincide con nuestro protagonista de hoy. ¿Tendrá algo que ver con la indumentaria de los camareros? Mmm...). La gran barra (con sus correspondientes taburetes) está situada a la izquierda según entras. A la derecha encontramos la típica mini-barra adosada a la pared, más enfocada -pese a que hay algunos taburetes- a comer de pie. Al fondo del pasillo -el Cañete es, de hecho, un inmenso pasillo, hay un mini-comedor para grupos -o eso creo, nunca he entrado, por lo que no os fieis mucho. El espacio está decorado con neones, pizarras con algunas de sus propuestas y algunas plantas de pared. Y muy bien iluminado, que siempre es de agradecer. La verdad es que es muy acogedor, un sitio en el que te sientes cómodo desde la primera vez que vas, pero, ojo, nosotros, pese a estar lleno en nuestras dos únicas visitas, nunca nos hemos agobiado por ello porque era un día entre semana por la noche. Los fines de semana, con las dos barras a tope, tienen pinta de ser un poco infernales.


La posesión

Nuestra primera visita al Bar Cañete fue simplemente apoteósica, indescriptible, uno de esos -escasos- días en los que todo lo que comes te sabe a gloria. Mi reacción, tras catar cada plato que traían, venía a ser la de estos dos tiernos púberes: 



Y es que en el Bar Cañete se come muy bien. Se come jodidamente bien. La propuesta varía un poco en función de la hora a la que vayas. Si vas al mediodía, tienen un par de menús (a 16 euros si comes en la barra o a 24 si lo haces en grupo en la mesa) o bien la carta, siempre disponible. Y si vas a cenar, pues únicamente carta. ¿Y que hay en esa carta? Pues muchísimas cosas, tantas que paso de enumerarlas, mejor echadle un vistazo a la foto de aquí al lado. Podríamos resumirla en dos términos muy claros: producto de primerísima división y elaboraciones sencillas, nada de aires ni desvaríos de autor. Hay carne, hay pescado, hay caza, hay marisco... hay de todo, vaya. Los platos que vienen a continuación corresponden a nuestra segunda visita, hará un par de meses. Mi señora me volvió a invitar (¡qué suerte tengo!) para celebrar que ya sabe, oficialmente, hablar y escribir en chino mandarín. ¡Felisidades! 

 
Croquetas de bogavante. ¡Buah! ¡Buah! En el olimpo croquetero barcelonés, a la altura de las de Gaig, Freixa y/o Chicoa. Exquisitas. Fritura de altura con aceite ultra-limpio.

Ración de jamón de bellota. Media para ser exactos. Un señor jamonazo, para hablar con propiedad, delicadamente cortado delante nuestro y servido con un par de rebanadas de pan de coca con tomate. Se deshacía.

Zamburiñas Cañete. El origen del mito cañetero. Las hacen con virutitas de jamón y ajetes salteados, servidas sobre un lecho de sal gorda. Si os dejáis caer por aquí en alguna ocasión, no dejéis de pedirlas, son un manjar de dioses. De verdad.

Torta de Camarón. Muy buena, muy fina, muy crujiente, muy sabrosa. No son exactamente igual que las de Cádiz (esas son directamente insuperables), pero se acercan. Mucho, dice mi señora por detrás.

Pappardelle al huevo. El único bluff de la velada. Estaban bastante buenos, no vamos a negarlo, pero la pasta... mejor en un buen italiano. Y, eh, estaba al dente, la yema era exquisita, pero... comparado con el resto de platos, bajaba el nivel.

Cocotte de rabo de buey. Y volvimos al nivel Top, que diría Mourinho. El Pijo mayor, que ya sabéis que no es precisamente carnívoro, casi llora con esta cazuelita, servida con un fino parmentier de patata a modo de tapa y un pelín de cebollino por encima. Qué puta maravilla de plato.

Cazuela de berberechos al vapor. Un chorrito de vino, unos ajos y un poco de perejil. No les hacía falta nada más. Buenísimos.


Después de este homenaje, nos acordamos de las sabias palabras de un señor que tuvimos como vecino de barra en nuestra primera incursión cañetesca. Aquel hombre -un señor de mediana edad que, al parecer, vivía en Zaragoza y pasaba por el Bar Cañete siempre que venía a Barcelona- ya había pagado la cuenta, pero viendo los platos que iban y venían por delante de sus narices, sacó de nuevo su billetera del bolsillo del pantalón y le dijo a su camarero: “oye, que pongo la cartera aquí encima y continuamos, ¿eh?”. Más que sabias, sus palabras fueron proféticas, puesto que nosotros, después del café, no le hubiéramos hecho ascos a algún platillito más. Pero mejor no forzar la máquina, ¿no? Bueno... ¡no sé!


Sincronización

Os adelanté hace unos instantes que el Bar Cañete no es precisamente barato. Lo que os acabo de relatar (junto a cuatro cervezas y dos cafés) salió por casi 109 euracos. Es una pasta, aquí y en la China popular. Pero es lo que cuesta, nos guste o no. El producto fino-fino se paga. Y que las frituras se hagan con un aceite de oliva limpísimo, también. Y que el servicio se mueva con una precisión próxima a la de un reloj suizo, otro tanto. Y podríamos seguir un rato enumerando las causas de porqué vale la pena pasarse por el Bar Cañete, precisamente las mismas que nos impiden ir cada semana. Los Pijos suelen moverse habitualmente por un presupuesto medio (pongamos los treinta euros de máximo), pero de vez en cuando (y que dure) se pueden permitir homenajes como este. Y más si paga mi señora, of course!!

Bar Cañete
c/ Unió 17
Barcelona
Tel. 932.703.458
barcanete.com