que son cornudos,
babosos y arrastraos). De esta forma, cuando planifiqué la segunda etapa de nuestro pantagruélico recorrido
tuve que romperme los cuernos (nunca mejor dicho) para encontrar un
restaurante que estuviera a la altura y que no basara su propuesta
únicamente en estos entrañables moluscos terrestres. Como ya dije
en la entrada que dediqué a la primera etapa, limité la búsqueda a
los restaurantes de los que guardo reseña en mi carpeta roja, de
esta forma me ahorraba una farragosa investigación entre decenas y
decenas de webs dedicadas al tema gastronómico. Problema: todos los
candidatos eran especialistas en caracoles. Mieeeerdaa…
En la variedad está el gusto
Pues nada, no me quedó más remedio
que investigar uno por uno todos los establecimientos de la
lista (menos mal que no era muy larga). Pero tuve suerte, porque, al
poco de comenzar, di con uno que, si bien manejaba el rollo
cargolaire como el que más, ese no era el plato estrella de
la casa. Ese lugar de honor estaba reservado para el bacalao, uno de
mis pescados favoritos. Respiré tranquilo cuando chequeé su web y
vi que la carta, además de lo ya comentado, incluía varias carnes y
arroces (y lo digo porque a mi señora, el bacalao no le vuelve loca.
A ver, le gusta, pero solo si está bien cocinado). Unos minutos más
tarde (y unas cuantas webs después) ya teníamos un ganador
confirmado: ganaba por goleada El Celler del Roser. Mi
instinto pijo me decía que ese era el sitio. Y no me
equivoqué.
Pues nada, no me quedó más remedio
que investigar uno por uno todos los establecimientos de la
lista (menos mal que no era muy larga). Pero tuve suerte, porque, al
poco de comenzar, di con uno que, si bien manejaba el rollo
cargolaire como el que más, ese no era el plato estrella de
la casa. Ese lugar de honor estaba reservado para el bacalao, uno de
mis pescados favoritos. Respiré tranquilo cuando chequeé su web y
vi que la carta, además de lo ya comentado, incluía varias carnes y
arroces (y lo digo porque a mi señora, el bacalao no le vuelve loca.
A ver, le gusta, pero solo si está bien cocinado). Unos minutos más
tarde (y unas cuantas webs después) ya teníamos un ganador
confirmado: ganaba por goleada El Celler del Roser. Mi
instinto pijo me decía que ese era el sitio. Y no me
equivoqué.
Lo quiero todo
La visita al El Celler del Roser
estaba prevista para finales del mes de mayo, pero un asuntillo
familiar y, sobre todo, el mal tiempo que tuvimos por toda Catalunya
por esa época, recomendaron retrasarla. Hubo un día que estuve a
punto de subir a la torre de Collserola y amenazar con mi bate de
béisbol a los meteorólogos para que cesaran de un vez los chubascos
y su putísima madre, idea de lo más ridícula, ya no solo porque no
tienen ningún poder sobre la meteorología sino porque no creo que
en esa torre haya ninguno (es lo que tiene dejarse llevar por la
imaginación). Pero llegó el buen tiempo y los Pijos, ¡por fin!
pudimos reservar mesa en nuestro objetivo lleidetà. Esta visita, además, nos iba que ni
pintada para hacer aprovisionamiento de cosas güenas de la
región. Por una parte, íbamos a cargar el maletero (literalmente)
de coques de recapte. Pocas semanas antes, se me hizo la boca
agua tras leer un artículo en la revista
Cuina dedicado a estas delicatesen de las terres de ponent. Al final
del mismo, había un recuadrito con una selección de los mejores
especialistas en la materia, todos en la provincia de Lleida. La
mayoría de los forns estaban en poblaciones un poco alejadas
de nuestro trayecto, pero había uno que estaba en la misma capital
del Segrià. Y el destino quiso que estuviera situado a unas pocas
decenas de metros de El Celler del Roser. A esto se le llama
tener potra.
Por otra parte, había visto en la web
del restaurante que también tenían una tienda de platos preparados
o, mejor dicho, una tienda donde podías encontrar la mayoría de los
platos de su carta, bien envasados y listos para calentarlos en un
golpe de horno o microondas. Esto me iba de perlas porque, de esta
forma, podría comer bacalao y llevarme a casa un buen plato de
cargols. O al revés, vaya. Y es que los Pijos somos
insaciables, ¡lo queremos todo!
Contrarreloj
Para no tener que cargar con ellas
(pesaban un huevo y, además, tienes que mantenerlas en posición
horizontal), les pedimos que nos las guardaran hasta que
emprendiéramos el viaje de vuelta. Ningún problema, por supuesto.
Tras salir del forn, dirigimos nuestros pasos hacia la segunda
etapa de nuestro periplo, la tienda del restaurante, situada a unos
pocos metros de la panadería. No sé porqué, pero me la esperaba
como muy casolana y, sin embargo, era una tienda con una
decoración moderna, funcional, todo en tonos claros. Dado que ya
había decidido trincarme un bacalao para comer, me fui
directo al refrigerador a coger una fiambrera de caracoles, un pack
que incluía un par de palillos y un vasito con alioli. La
dependienta debió calarme rápido, puesto que me preguntó si íbamos
a comer en el restaurante. Tras asentir, me dijo que no los pillara
aquí y que los pidiera en el propio restaurante, pues me costarían
lo mismo y me los darían recién hechos. Y así lo hicimos. Da gusto
que te atienda gente honesta, la verdad.
Hem fet el cim!
No me extenderé con la carta, puesto
que ya os hablé de ella un poco más arriba y podéis consultarla
cuando queráis en su web. Tras unos minutos de dudas
(por parte de mi señora), los Pijos hicieron su comanda. Sin que
sirva de
precedente, los dos nos pedimos de entrante exactamente el
mismo plato, una crema de cigalas y espárragos verdes al aroma de
trufa, y de segundo, un bacalao gratinado con ajo, aceite de peras y
salsa de ñoras para mi y un bacalao gratinado con romesco sobre
salsa de espinacas para mi señora. Para beber, lo de siempre,
cerveza. Antes de hincarle el diente a todo esto, la casa tuvo a
bien invitarnos a un
señor aperitivo, una cazuelita de olivas
arbequinas (típicas de aquí) rodeada por unas cuantas rodajas de
fuet de la zona, acompañadas ambas viandas, por supuesto, por una
buena cestaca de pan. Con este tipo de aperitivos hay que ir
al loro, puesto que la combinación pan + embutido + hambre canina
puede joderte una buena comida. Afortunadamente, no fue el caso, los
Pijos aprendimos hace tiempo a poner el freno de mano en los momentos
más delicados.
Les fauves
Los deberes
La cuenta subió a 73,40 lereles,
cafés incluidos, un precio que los Pijos consideramos muy atractivo
a tenor del nivel de los platos que nos habíamos comido (y el que
quedaba por comer). Tras las fotos de rigor, procedimos a hacer el
mismo camino que antes pero a la inversa. Pasamos por la panadería y
recogimos las cocas, las cuales, repito lo de antes, pesaban como un
muerto.
El Celler del Roser
c/ Cavallers 24
Lleida
Tel. 973.239.070