miércoles, 24 de abril de 2013

THE GARGANTUAN TOUR - PRIMERA ETAPA: EL CIGRÓ D'OR



Pues sí, amigos: ya estamos a finales de abril y los Pijos todavía no tienen su Ipad. Pero hay un motivo para ello (bueno, dos). El primero de ellos (y el más obvio) es que es muy caro. Quizás en épocas pretéritas, no muy lejanas en el tiempo, cuando el crédito corría a sus anchas por nuestra imbatible economía de Champions, hubiéramos sucumbido a los cantos de sirena de la Visa y lo hubiéramos pagado en cómodos plazos, pero ahora, no. ¡Economía de guerra! Y el segundo viene a ser consecuencia del primero. Cuando llegan las navidades, siempre se me presenta la misma disyuntiva: ¿invierto el dinero en la compra conjunta de nuestro Ipad o bien le regalo a mi señora algo bien bonico, algo que le guste? Pues claro, ¡lo segundo! Una vez descartada la tableta, nuevo interrogante: ¿Qué le regalo? Mi primera opción era un viaje, pero mi señora ya me había dejado claro de forma indirecta (y qué coño, directa también) que lo de pasar tres días en un bello destino volando con una compañía low cost, como que no, no hay dinero. Y si lo dice la jefa, va a misa. Pero... un momento... no me dijo que no pudiéramos viajar a destinos próximos a nuestra casa. Un fin de semana en una masia, en un balneario de Andorra, en... naaah. Mi señora tiene que estudiar y no puede permitirse (por lo menos hasta que acabe el curso) perder tres días en esos menesteres, así que el viaje tenía que ser de ida y vuelta el mismo día. Como no me convencía ningún destino en concreto, llegué a la conclusión de que tenía que cambiar la perspectiva, darle la vuelta a la idea del viaje relámpago.


Somos ruteros...

Me acuerdo perfectamente: estaba sentado en el sofá, viendo la tele. Aparté mis ojos de la pantalla por unos segundos y, de forma totalmente casual, fijé la mirada en mi carpeta roja. Mi carpeta roja... ¿nunca os he hablado de ella? Es una carpeta tamaño DIN A4 donde guardo toda la información que he ido recogiendo durante los últimos años sobre restaurantes, cocineros, productos y demás mandangas gastronómicas. En otro momento os diré qué hay ahí dentro (y cómo lo clasifico, que también es interesante), pero para lo que nos ocupa es suficiente con saber que tengo una sección dedicada a
todos aquellos restaurantes de la geografía catalana (excluidos los de Barcelona ciudad) que en su momento me llamaron la atención por una cosa o por otra. Fue ver la carpeta y mi mente hizo click. Claro... ¿Por qué en lugar de hacer un viaje express a cualquier localidad catalana no tiraba de archivo y montaba el viaje en función de alguno de los restaurantes de mi wishlist particular? Y ya puestos, dado que una salida gastronómica me parecía poca cosa para regalar a mi señora, ¿por qué no hacer cuatro, una por cada provincia de la terra? La decisión estaba tomada. Había nacido... ¡el Gargantuan Tour!

...y en el camino nos encontraremos

Dejé lo que estaba viendo en la tele y me puse manos a la obra en pocos segundos (¡qué excitante!). Lo primero que tenía que hacer era hacer un update de los contenidos de la sección Catalunya de mi carpeta roja. Dado que mi recopilación de datos comenzó hace ya unos cuantos años, tenía que poder al día dichos contenidos, ya sabéis que el negocio de la restauración es muy cambiante y que el negocio que un día era boyante, al día siguiente podía estar cerrado. Así que fui apartando aquellos que ya no existían. A continuación, fui descartando, con todo el dolor de mi corazón, los que se encontraban en medio de la nada (es decir, en el campo). Motivo: los Pijos, además de no tener Ipad, tampoco tienen coche, por lo que tenía que ceñirme a negocios que estuvieran bien comunicados. Este paso me puso las cosas más fáciles, puesto que los restaurantes campestres eran numerosísimos. La última eliminatoria iría en función de sus horarios, puesto que, al depender del transporte público, se quedarían fuera todos aquellos que no tuvieran turno de almuerzo. Cenar y hacer noche en un hotel no estaba contemplado.
Y llegamos a la gran final. Tuve que escoger entre unos doce restaurantes y luego, limitarlo a unos tres o cuatro por provincia. En dos casos, los referidos a la provincia de Barcelona y a la de Girona, lo tuve muy claro, pero en los otros dos la lucha fue ¡encarnizada! Y escogí lo que me dijo mi instinto. El tiempo dirá si me equivoqué o no. Los agraciados fueron... bueno, de eso ya os iréis enterando.

¿Power... qué?

Una vez elegidos los cuatro magníficos, tenía que darles un envoltorio ad-hoc. Pensé de todo (un sobre, un mapa, geo-localizaciones...) pero finalmente me decanté por preparar un PowerPoint con fotos, textos y tal. Me pasé una p... tarde haciendo el PowerPoint de los c... ¿Os ha quedado claro que no había hecho ninguno jamás (y que seguramente no volveré a hacer ninguno)? Ni qué decir tiene que me quedó un señor churro, con letras de diferentes tipos, tamaños y colores. Un mierdote, vamos. Pero lo bueno de las cosas hechas con el corazón es que el destinatario de las mismas suele darse cuenta de ello, por lo que pasa por alto el posible cutrerío del artefacto (en este caso, bastante acusado). El día de Reyes, por la noche, entregué a mi señora un sobre con un pendrive en su interior y la invité a enchufarlo en el ordenador. Una vez abierto el archivo, ni reparó en lo deficiente del invento: la idea de hacer cuatro salidas gastronómicas por nuestro país, a razón de una al mes, le pareció genial. Un regalo de Reyes que dura ¡cuatro meses! Eso se llama regalazo. Aquí y en la conchimbamba.

Meteo.cat

Perdí la cuenta de la cantidad de veces que consulté la web de predicción meteorológica de la Generalitat en apenas dos semanas. El final del invierno y el comienzo de la primavera nos trajo, hablando sin tapujos, un tiempo de mierda: no había semana en la que el frío y, sobre todo, la lluvia no apareciera en el horizonte. A ver, íbamos a comer, sí, pero las salidas no fueron concebidas como un pim-pam-pum, de ir, llegar, comer y largarse. No, lo suyo es ir, dar una vueltecica, tomarse un aperitivo si apetece, comer tranquilamente y, después, dar un paseito por la población. Tras un intento fallido a principios de marzo (un día en el que llovió a mares), los Pijos dirigieron sus pasos hacia la capital de l'Alt Penedès, Vilafranca del Penedès, la localidad a la que Oriol Llavina decidió trasladar su negocio desde su original emplazamiento en Gelida. No podía ser otro: el Pijo mayor lo tenía entre ceja y ceja desde hacía unos cuantos años, demasiados ya. Había llegado el momento. El momento de El Cigró d'Or.

Las tablas

Y llegó el día. La previsión indicaba un día nublado, pero tuvimos suerte y una vez bajamos del tren el cielo empezó a clarear. Tirando de Google Maps, llegamos a las inmediaciones del restaurante con una media hora de antelación. Dado que ya íbamos teniendo hambre, pensamos en hacer una caña por la zona. El problema era dónde, pues estaba todo cerrado. Y cuando digo todo, es TODO. No era ni la una y media y aquello parecía el episodio piloto de The Twilight Zone, ni un alma por la calle. Nos quedó claro: en Vilafranca, la hora de comer es sa-gra-da. Pero tuvimos suerte, pues a la vuelta del mercado de Vilafranca (en cuyo primer piso se encuentra El Cigró d'Or) encontramos un bar abierto. Nos sentamos en la terraza y nos pedimos un par de cañas. Una vez le di el primer sorbo a mi cerveza, fijé mi atención en sendas tablas en las que estaban anotadas las tapas de las que disponía el bar y nada más comenzar a leer, la primera en la frente: Tapa + Bevida: dos euros. ¡¡Bevida!! A mi señora -que entre otras muchas cosas, es correctora- le dio un triple ictus al ver semejante faltote. Bah, qué exageraos, pensaréis, pero es que la falta se repetía en las tablas hasta siete veces. Nosotros, los Pijos, creemos firmemente que cualquier negocio, cualquiera, para ir bien, ha de comenzar por cuidar todos los detalles, por mínimos que parezcan. Y la ortografía lo es. Más que nada por que si no se fijan en eso, que es muy fácil de cuidar, qué será de su oferta. Qué coño, normalmente es la primera impresión que te llevas del negocio. A ver, los Pijos no somos muy aprensivos, pero estoy seguro de que hay gente por ahí que detalles como este ya hacen que pasen de largo.

Y en esas que, en medio del tercer ictus, sale del interior del bar un sujeto con un mullet tamaño king size (para los que no lo sepáis, el mullet es el peinado característico de los paletos norteamericanos, cortito de arriba y con cholacas por detrás), una versión ibérica del gran (lo de gran es irónico, claro) Billy Ray Cyrus. Sí hombre, el padre de la teen idol Miley Cyrus y, sobre todo, el ¿artista? que llevó hasta el número uno de las listas una de las canciones más infumables del siglo XX, el letal hit Achy breaky heart. Infumable siempre que no escuchéis, claro, la versión que hizo en castellano el ínclito Coyote Dax, aquel cagarro cósmico conocido como No rompas más (mi pobre corazón). Es tan nefasta, que hace que la del bueno de Billy Ray sea simplemente mala. Volviendo al señor del mullet, este dirigió sus pasos hacia mí. Creía que me iba a llamar la atención por hacer cachondeo de su iletrada tabla de tapas, pero qué va, nada más lejos de la realidad. Me soltó ¡Ná, aquí ponemoh lah tapillah y eso, pero ahora, como hemoh de poné loh barreñoh de birrah, pues tenemoh que cambial.las! Ante semejante discurso, no pude más que asentir. A continuación nos cobró, cerró el bar y se marcho con su familia a comer (?). ¿Cómorl? ¿Cierras tu negocio (un bar) para ir a comer? No lo habíamos visto nunca. Sabíamos que iban a comer por que nos lo dijo él mismo. A ver, el ferretero cierra para comer. Y el de la lavandería, el de la mercería, el del colmado... pero...¿el del bar? Son esas cosas que los de ciudad no entendemos, al igual, sin ir más lejos, que lo de no recoger los vasos de nuestras cervezas antes de cerrar el negocio. Ahí se quedaron, encima de la mesa. En Barcelona, seguramente, serían sustraídos (o destrozados) en poco más de tres décimas de segundo. Pero en Vilafranca, al parecer, no. Como en Noruega, que dejas tu bici apoyada en un árbol y cuando vuelves, tres horas después, todavía está allí. O eso dicen.

¡Al rico menú!

Como ya os he dicho un poco más arriba, El Cigró d'Or era una vieja asignatura pendiente. Lo conocí a través de una muy elogiosa crítica de mi siempre admirado Pau Arenós. Por aquel entonces, estaba situado en la población de Gelida, pero por motivos que ahora mismo no recuerdo, se mudó unos años después al piso de arriba del mercado de abastos de Vilafranca del Penedès. Según el propio Arenós, el traslado le sentó de fábula a la propuesta de Oriol Llavina, puesto que desde entonces llenaba a diario para comer (y para cenar, si bien abren por la noche únicamente los fines de semana) y el nivel de la cocina no había hecho sino aumentar. Por eso, cuando tuve que escoger cuál sería la primera etapa del Gargantuan Tour, la correspondiente a la provincia de Barcelona, no tuve ninguna duda. De hecho, fue el único de los cuatro restaurantes que no tuvo que competir con otras propuestas.

Tras el episodio del bar, entramos en el mercado y subimos la escalera, que queda a la izquierda. Vas a parar a una puerta con un ojo de buey. Cuando la abres, ya estás dentro del restaurante, un espacio de tamaño medio, muy luminoso, de techo alto, con una barra a la izquierda (donde también sirven comidas), la cocina al otro lado de la barra, totalmente a la vista (dando la cara, sí señor: confianza a tope) y el comedor propiamente dicho a la derecha, con unas diez o doce mesas ordenadas más o menos como un reloj y un par de mesas redondas en medio. Olvidé decir que nada más entrar hay otro comedor pequeñito, pero parece (bueno, de hecho lo es) un reservado.

Cuando llegamos a la altura de la barra, el propio Oriol nos dio la bienvenida (dato a tener en cuenta: está literalmente al frente del negocio) y dio instrucciones a uno de los camareros para que nos preparara la mesa. Como teníamos reserva, nos sentaron en la mejor mesa, justo una de la que estaban junto a los ventanales. Había un señor sentado en ella pero, con buen criterio, le preguntaron si no le importaba sentarse en otra mesa. El señor, muy educado, no tuvo ningún inconveniente. Aunque los Pijos, hubieran hecho lo mismo en una situación similar, no tenía por qué hacerlo. Desde aquí le damos las gracias, señor. Una vez sentados, sorpresón al canto: tenían menú de mediodía y valía...¡¡12,50 euros!! ¡IVA incluido, señores! Yo había calculado unos 30 ecus por cabeza y mira tú, por ese importe íbamos a comer los dos.

Tras echarle una ojeada al menú (y más después de haberlo disfrutado) comprendí porqué el local estaba lleno a los pocos minutos (barra y reservado incluidos): una propuesta como esa y, sobre todo, a ese precio, no se ve todos los días, por lo que la gente viene en tromba al Cigró (ahora también entiendo porqué no había nadie por la calle, ¡estaban todos aquí!). El menú constaba de cuatro primeros, cuatro segundos y tres postres, a saber: ensalada con crujiente de cabra, macarrones a la carbonara de trompetas de la muerte, crema de patata ahumada con huevo escalfado y gambas de Vilanova salteadas como primeros, bacalao a la empordanesa, codillo al horno, pollo al limón y entrecot de ternera como segundos y naranja al cava, helado y coca de anís de postre. Ah, las gambas y el entrecot llevaban un suplemento de seis euros (si no los cobran es directamente para ponerles un monumento). Ah, también tienen un menú-degustación por 25 lereles (impuestos incluidos) muy, pero que muy interesante, que consistía en un aperitivo (ni idea de lo que era), canelones crujientes con bechamel de fuagrás, arroz de pescado, cordero cocido al vacío y mandarina con chocolate. Ambos nos decantamos por el menú de 12,50, pero no por el precio (que también), sino porque los menús-degustación suelen hacérsenos un poco largos.

Tras varios minutos de dudas, la Pija mayor se decantó por la crema (casi llora: estaba absolutamente deliciosa) y por el codillo (que-te-cagas, en una primera impresión; sabroso y tierno, ya más calmada). Yo, por mi parte, por los macarrones (de los mejores que he comido en mi vida, p'a llorar) y el bacalao (muy bueno. No está a la altura del de Chicoa, pero se le acerca). De postre, naranja al cava para los dos. Muy buena, fruta de calidad con la cantidad justa de alcohol. Y para beber, redoble de tambores... ¡vino para los dos! En esta ocasión me trinqué una copichuela de vino blanco del Penedès (tinto el de mi señora), el cual estaba muy bueno (lo siento, no puedo daros datos como la cosecha, el bouquet y todas esas cosas raras de las que habláis los amantes de los vinos. Estaba bueno ¡y punto!).

Tras el magnífico ágape, era de recibo transmitir a Oriol que nos había gustado muchísimo. Por eso, cuando lo vimos pulular por ahí, le felicitamos de todo corazón. Tras agradecernos los elogios, nos dijo que si volvíamos (cosa que haremos, sin duda alguna) vengamos temprano y que aprovechemos la mañana para visitar castillos o para hacer una excursión por las cavas de Sant Sadurní. Pedimos un par de cafés y, a continuación, nos dirigimos hacia la barra para pagar la cuenta, la cual ascendió a 27,20 euros. Como se decía antiguamente, más barato que en Andorra. En Barcelona, ni de coña comes un menú así por este precio. Es más, he comido muchos bastante peores por más dinero. Oriol, eres un tío grande.

Love train!!


Después de salir del Cigró, fuimos a dar una vuelta y la cosa, en cuanto a público se refiere, no había cambiado demasiado respecto a unas horas antes, las calles seguían desiertas. Pues nada, un par de fotos i cap a l'estació. Al contrario que el trayecto de ida, el de vuelta no se me hizo nada pesado, y más, teniendo en cuenta que a medio camino subirían al convoy dos chavales que le pusieron la guinda a una magnífica jornada gastronómica. Los sujetos en cuestión, Marc Hernández i el Negro Garrofer (así se presentaron) son un par de entrañables raperos del Penedès que, armados con un ampli conectado a un Ipod y un micro (¿o eran dos?), amenizan los viajes de la linea R-4 a base de rimas a toda velocidad. Los Pijos no somos muy amantes del hip-hop que digamos (a mi me sacas de los Beastie Boys y de Public Enemy y me duermo), pero la verdad es que el tema que nos cantaron (o que nos recitaron, mejor dicho) estaba muy bien, muy divertido. Cuando acabaron, dieron las gracias a todo el mundo por la atención prestada (a ritmo del Bad de Michael Jackson) y pasaron el sombrero, no sin antes advertirnos de que bajo ningún concepto debíamos dejar de sonreír al levantarnos por la mañana y, sobre todo, de que nunca-nunca debíamos dejar de soñar. Ante un discurso tan positivo y lleno de buenas vibraciones, los Pijos les soltaron un par de euritos, dándoles las gracias por ese ratito tan guay que nos habían hecho pasar. Chicos, aquí tenéis, desde ya, un par de fans. ¡Nos vemos en nuestro próximo Cigró!


El Cigró d'Or
Plaça de l'oli 1
Vilafranca del Penedès (Barcelona)
Tel. 938.905.609



3 comentarios:

  1. Interesante...yo pensaba que este sitio no sería de 30 leuros, sino de más (leyendo como te plantaste en el Aponiente, cualquier cosa, nen), pero vyaa, por 12,50 es un meno magnífico...esos macarroncitos se ven suculentos, con el quesazo fundido y tostadico!! Joer, es la 1 de la madrugada y me entra hambre!! Ya estoy esperando la próxima etapa!!

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  2. Espero que la semana que viene podamos abordarla. Seguiremos informando...

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