sábado, 21 de enero de 2012

BUN BO VIÊTNAM


Más de 6000 kilómetros. Concretamente, 6157, que son los que separan Barcelona de Nueva York. Esa es la distancia que tuve que recorrer para comer por primera vez en mi vida en un restaurante vietnamita. Lo sé, lo sé, son muchos kilómetros, y más teniendo en cuenta que, por aquella época (el año 2005), en Barcelona ya existía alguno que otro, pero es lo que había: a mí, Vietnam me sonaba a Napalm, charlies y Apocalypse Now, y su cocina… bueno, de su cocina no tenía ni idea, me los imaginaba todo el santo día comiendo arroz aderezado con unos pequeños tropezones de perro frito (bueno, esto último se me acaba de ocurrir ahora). Vaya, que me daba cosica comer en un vietnamita.

En aquellos días, todo lo que me proponía mi señora iba a misa. Normal: apenas hacía una semana que estábamos saliendo y uno, en pleno embelesamiento amoroso, decía que sí a todo. Imaginaos lo colado que estaba (¡y que estoy!) por ella, que hubiera sido capaz, de habérmelo pedido, de haberme comido una lata de atún (para vuestra información, deciros que no soporto el atún, me da bastante asquete. ¡Menos mal que no me lo pidió!). Así pues, al encontrarnos un sábado a las dos de la tarde en medio del Soho neoyorkino sin más opciones para comer decentemente que en un restaurante vietnamita (los hotdogs y el resto de propuestas grasientas no eran una opción), ante la pregunta ¿Qué te parece si comemos aquí? … pues dije que sí. Tras comprobar que en la carta no había ni rastro de perro frito o similares, mis prejuicios fueron cayendo uno a uno y acabé (acabamos, de hecho) comiendo divinamente, oiga. Sin saberlo, esa comida me estaba abriendo los ojos a una especie de nuevo mundo gastronómico: prejuicios fuera. Pruébalo, y si no te gusta, no te lo comas. Pero, por favor, pruébalo. Desde entonces, Vietnam, Sikkim, Japón o Corea son lugares que ya no me dan cosica a la hora de comer.

¡Colorines, colorines!

No sé si os pasa a vosotros, pero yo, cuando veo un restaurante o bar o lo que sea cuyas paredes están pintadas de colores vivos, muy vivos, casi fauves (lo sé, soy un pedante) me llama muchísimo la atención y acabo entrando. ¿Que luego el sitio es una mierda? Bueno, eso es lo de menos, lo importante es que hay alguien por ahí que ha sabido tocar la tecla correcta para que claves tus ojos en su negocio… y eso es justo lo que nos pasó cuando, de forma casual, como casi siempre, nos dimos de bruces con el Bun Bo Viêtnam.

Unas paredes (y un techo) pintadas de una combinación de color verde algo (cuando escribo esto, todavía no sabemos qué tipo de verde es), azul turquesa y amarillo, montones de farolillos de colores, unos muñequitos muy cucos, una foto preciosa (y enorme) del río Mekong (a lo mejor es otro, pero da igual, es para que os hagáis una idea), un carricoche de tamaño natural (¡sí! ¡un carricoche!)… joder, yo veo un sitio así y entro. ¿Vosotros no haríais lo mismo?
Pues eso hicimos: pa’ dentro.

Una vez acabamos de deleitarnos con el decorado pop, centramos nuestra atención en las tres o cuatro hojas plastificadas que nos trajo el camarero, a saber: una para el menú del día, otra para la carta, otra para las bebidas y otra… bueno, no sé si había otra, todas en castellano y en inglés (lo frecuenta mucho público extranjero, supongo que por su localización, a un minuto de la Catedral). Tras leerlas, lo primero que nos llamó la atención, para qué nos vamos a engañar, fue el precio: el menú diario (que consta de dos platos, postre y bebida) sale por unos diez euros y comer a la carta, por unos doce o trece. ¿Suena bien, verdad? Pues sabe mejor.

¡Nem, Nem, Nem!

The Damned cantaban Neat, Neat, Neat, y nosotros cantamos ¡Nem, Nem, Nem! Es nuestro grito de guerra una vez nos hemos sentado: es difícil, una vez lo has probado, pedirte otra cosa de primero que no sea un Nem, un delicioso rollito hecho a base de pasta de arroz y relleno de verduras, cerdo o gambas. Te lo sirven con una hojita de lechuga al lado, para que puedas, al igual que hacen en Vietnam, envolverlo con ella (aunque a veces, esto hay que decirlo, es tan pequeña que sólo te llega para envolver medio Nem) y un cuenquito con una salsa de soja muy suave. Me olvidaba comentaros que, para los que somos un poco inútiles con los palillos, te lo ponen fácil: en cada mesa hay una especie de cubículo donde están metidas las servilletas, los palillos, así como cubiertos occidentales. La verdad es que es de agradecer, puesto que así te ahorras la típica mirada humillante, como de superioridad, que te echa el personal de algunos restaurantes japoneses cuando les pides una cuchara, un tenedor o un cuchillo (y no estoy pensando en el Ikkiu, la taberna japonesa de la calle Princesa, ¿eh? ¡para nada!). Para no montar un espectáculo y, sobre todo, para no tener que meter mi camisa en la lavadora nada más llegar a casa, un servidor, por muy garrulo que quede, siempre tira de cubiertos. Como diría el entrañable Carod-Rovira, aquí y en la China popular.

De segundo, yo suelo tirar del arroz con gambas y verduras, muy rico y muy ligero, que va acompañado de un par de trozos de pan de gambas. Mi señora suele pedirse un wok de fideos con pollo que no se lo salta un galgo. A mí me costaría acabármelo, pero ella se lo calza en un periquete. No podría nombraros ahora mismo qué platos de la carta hemos probado y cuáles no, pues sin tenerla delante no los recuerdo muy bien, pero sí que os puedo decir que más de una vez me he pedido una crêpe rellena de carne de cerdo, verduras y gambas que está que te mueres, acompañada (esto lo pido yo aparte) de un bol de arroz blanco. ¿Que cómo se llama? Os lo digo otro día. Echadle un vistazo a la carta de bebidas, tienen varias cervezas y un montón de cócteles. Nosotros no los hemos probado, ya sabéis que nuestro mundo líquido no va más allá de la cerveza, la Coca-Cola y el agua. Qué se le va a hacer, somos así de simples.


Habremos ido ya unas diez veces y no nos cansamos. Y mira que yo siempre me pido lo mismo, pero es que la verdad es que cocinan muy bien. Según algunas opiniones que he leído por ahí, la cocina del Bun Bo es un sucedáneo cool de la cocina vietnamita. Puede ser, pero… ¿Qué más da? ¿Dejarías de comer tu sushi favorito en tu restaurante japonés favorito porque en Tokio no se hace exactamente así? Buena comida, buen precio, buen ambiente, un servicio rápido y educado… ¿Qué más se puede pedir? Tras levantarnos y pasear un rato por el gótico camino a casa, me pregunto… ¿y si aquel día en Nueva York me hubiera negado a comer en el vietnamita? ¿Hubiera acabado comiendo en el Bun Bo igualmente? Pues claro, recordad que con esos colores en las paredes… uno no se puede resistir.

Bun Bo Viêtnam
Carrer Sagristans 3
Barcelona
Tel. 933.011.378
www.bunbovietnam.com
No aceptan reservas

2 comentarios:

  1. Hemos ido a los dos sitios que haz publicado y ha sido delicioso... Ahora tenemos la obligación moral de ir a cada uno de los sitios que publiques... La comida muy buena, la atención estándar, y sólo hubo un fallo, se olvidaron del hilo musical....

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